No muy bien se había iniciado el mes de diciembre cuando la radio de mi ciudad anunciaba tempranamente la apertura del carnaval. No sin tristeza e indignación se sienten ganas de exigirle a los urgidos que no deben tomar a puntapiés el tiempo y saltarse la Nochebuena , El calendario social establece para cada evento festivo un tiempo particular. El que corresponde al fin del año despierta una especial sensibilidad del cuerpo hacia la luz que tiene el cielo de diciembre con sus brisas frías e impredecibles acompañadas de una actitud del espíritu que espera música, familia, regalos, novenas y campanas.
Cuentan que el poeta ruso Joseph Brodsky, maravillado por la belleza de una estampa de los reyes magos que contempló en la cabaña de un amigo, decidió escribir cada año de su vida un poema a la navidad. De ello nos queda un memorable libro e inolvidables creaciones como aquella de 1971 “En Navidad todos somos un poco Reyes Magos/.Empujones y barro en los abastos./Por una caja de turrón de café,/gente cargada con montones de paquetes/emprende el asedio del mostrador:/cada cual hace de Rey y de camello”. Otro de sus poemas llamado Canción de navidad exalta el regocijo que flota en el mar de la ciudad, “como si la vida empezara de nuevo, /como si hubiera luz y gloria,/ un día feliz con pan de sobra,/ como si la vida fuera a la derecha,/después de haber oscilado hacia la izquierda” .
La navidad puede sorprendernos también en desalentadores tiempos de guerra, de angustia e incertidumbre en los que no parece haber lugar para la esperanza. Alguien escribió que en diciembre de 1863 el poeta Henry Wadsworth Longfellow se encontraba abatido y con animo sombrìo al enterarse de que su hijo había sido herido en una de las batallas de la guerra de Secesión norteamericana. El escritor con gris desaliento se dijo “No hay paz aquí en la Tierra, no /.El odio es tanto que ahoga el canto” y al escuchar las campanas de navidad escribió su famoso poema I Heard the Bells on Christmas Day “El repicar cobró amplitud: Dios no es sordo, ni ha muerto aún/El bien, no el mal, ha de triunfar/ Paz al de buena voluntad.”
La navidad trae nuestra infancia de regreso. Vuelve la infantil angustia previa a la Nochebuena, ¿en donde habrán escondido nuestros padres los juguetes?.Vuelven las novenas de la Policía Nacional con sus competencias decembrinas de carreras de sacos, piñatas y palos encebados; retorna la añorada voz del padre Tarcisio de Ripacorbaria al entonar el rezo con italiano acento; regresa el cíclico viaje familiar de compras a Maicao; torna la decoración de modestos arboles nativos y el sencillo pesebre del hogar armado en familia con sus pequeñas casas en laderas simuladas y estanques formados con espejos.
La navidad no solo es el tiempo de las peticiones también es el tiempo de la literatura, de los libros que reservamos para leer en esta época del año, Entre estos últimos retorna desde la infancia un poema inolvidable de García Lorca que habla de cómo en días como estos se llenaba de luces nuestro corazón de seda y el poeta decide entonces marcharse, “Cerca de las estrellas, /Para pedirle a Cristo /Señor que me devuelva /Mi alma antigua de niño, /Madura de leyendas, /Con el gorro de plumas /Y el sable de madera”
wilderguerra@gmail.com
domingo, 16 de diciembre de 2012
martes, 11 de diciembre de 2012
¿Valoramos nuestros mares?
Weildler Guerra Curvelo
Las agrupaciones humanas tienen distintas valoraciones del mar. En un ensayo de Gustavo Bell llamado ¿Costa Atlántica? No, Costa Caribe se registra un hecho ocurrido en la Bogotá del siglo XIX. Las autoridades de la época trataban de explicarse la conducta de un peligroso criminal y entre los diversos factores que le llevaban recurrentemente al delito se encontraba uno no menos importante que su extracción social o la lombrosiana forma de su cráneo; había visto el mar.
En un país culturalmente heterogéneo no existe una sino varias culturas marítimas. La expresión cultura marítima hace alusión al conjunto de relaciones que tiene una población o grupo social con el mar, las que generan imágenes, valoraciones, taxonomías y representaciones colectivas de aquel. Contrario a lo que se podría pensar estas no son exclusivas de los habitantes de las zonas del litoral pues quienes habitan el interior tienen también sus propias concepciones y representaciones del mar, afirma Tatiana Ome Baron en su ensayo The notion of the Maritime Culture Heritage in the Colombian Territory.
La noción del mar como espacio pecaminoso ha permanecido por siglos firmemente arraigada en la mente de la dirigencia andina de nuestro país. En los tiempos de la dominación española el mar fue visto como el canal de divulgación de las ideas insurgentes; en tanto que en los siglos XIX y XX fue el mar del contrabando y del trafico de armas para los bandos en contienda en nuestras guerras civiles; hoy es percibido como el espacio de las embarcaciones rápidas y los submarinos artesanales del narcotráfico en donde constantemente sucumben generaciones de jóvenes isleños y continentales. Por ello aislar territorios enteros del mar inhabilitando sus puertos como ha ocurrido con la península de La Guajira desde 1772 ha sido, con escasas excepciones, una directriz constante de distintas administraciones coloniales y republicanas.
El mar opera como un vacío para muchos municipios y departamentos costeros de nuestro país. Teniendo altos niveles de pobreza y necesitados de recursos para enfrentar problemas de seguridad alimentaria nuestros gobernantes carecen no solo de herramientas jurídicas sino de información oportuna sobre el manejo que se hace desde el centro de sus recursos marinos. Frente a sus ciudades aparecen sin aviso flotas enteras de barcos con tripulaciones orientales que arrasan las redes y nasas de sus pescadores artesanales. Embarcaciones de exploración sísmica para las empresas petrolera efectúan sin consulta previa explosiones que dejan afectados los ecosistemas marinos y las artes de los pescadores dejando una estela de peces muertos por los que nadie responde.
El mar puede escucharse al alzar un caracol detrás de una puerta en una cabaña indígena de la Sierra Nevada o contemplarse en una acuarela que adorna una habitación cerca de un paramo andino. Según la mencionada autora lo que diferencia a esas culturas marítimas puede ser: una positiva o negativa valoración del mar, la articulación de las actividades marítimas en la vida diaria como en el mercado regional o nacional y la relevancia social y simbólica que se le otorga en una sociedad a las actividades relacionadas con el mar.
Una mínima valoración del mar se refleja en la institucionalidad marítima colombiana: débil, desarticulada y dispersa. Sin embargo, el actual momento por el que pasa el país debería activar la conciencia nacional acerca de la importancia de nuestro menguado mar. Quizás ello despierte la defensa y valoración de este en sus múltiples dimensiones: espacio de comunicación y comercio, escenario de eventos de nuestra historia, recipiente de nuestro patrimonio cultural marítimo y de importantes recursos bióticos, fuente de literatura, lugar para la recreación y frontera extrema de la República.
wilderguerra@gmail.com
Las agrupaciones humanas tienen distintas valoraciones del mar. En un ensayo de Gustavo Bell llamado ¿Costa Atlántica? No, Costa Caribe se registra un hecho ocurrido en la Bogotá del siglo XIX. Las autoridades de la época trataban de explicarse la conducta de un peligroso criminal y entre los diversos factores que le llevaban recurrentemente al delito se encontraba uno no menos importante que su extracción social o la lombrosiana forma de su cráneo; había visto el mar.
En un país culturalmente heterogéneo no existe una sino varias culturas marítimas. La expresión cultura marítima hace alusión al conjunto de relaciones que tiene una población o grupo social con el mar, las que generan imágenes, valoraciones, taxonomías y representaciones colectivas de aquel. Contrario a lo que se podría pensar estas no son exclusivas de los habitantes de las zonas del litoral pues quienes habitan el interior tienen también sus propias concepciones y representaciones del mar, afirma Tatiana Ome Baron en su ensayo The notion of the Maritime Culture Heritage in the Colombian Territory.
La noción del mar como espacio pecaminoso ha permanecido por siglos firmemente arraigada en la mente de la dirigencia andina de nuestro país. En los tiempos de la dominación española el mar fue visto como el canal de divulgación de las ideas insurgentes; en tanto que en los siglos XIX y XX fue el mar del contrabando y del trafico de armas para los bandos en contienda en nuestras guerras civiles; hoy es percibido como el espacio de las embarcaciones rápidas y los submarinos artesanales del narcotráfico en donde constantemente sucumben generaciones de jóvenes isleños y continentales. Por ello aislar territorios enteros del mar inhabilitando sus puertos como ha ocurrido con la península de La Guajira desde 1772 ha sido, con escasas excepciones, una directriz constante de distintas administraciones coloniales y republicanas.
El mar opera como un vacío para muchos municipios y departamentos costeros de nuestro país. Teniendo altos niveles de pobreza y necesitados de recursos para enfrentar problemas de seguridad alimentaria nuestros gobernantes carecen no solo de herramientas jurídicas sino de información oportuna sobre el manejo que se hace desde el centro de sus recursos marinos. Frente a sus ciudades aparecen sin aviso flotas enteras de barcos con tripulaciones orientales que arrasan las redes y nasas de sus pescadores artesanales. Embarcaciones de exploración sísmica para las empresas petrolera efectúan sin consulta previa explosiones que dejan afectados los ecosistemas marinos y las artes de los pescadores dejando una estela de peces muertos por los que nadie responde.
El mar puede escucharse al alzar un caracol detrás de una puerta en una cabaña indígena de la Sierra Nevada o contemplarse en una acuarela que adorna una habitación cerca de un paramo andino. Según la mencionada autora lo que diferencia a esas culturas marítimas puede ser: una positiva o negativa valoración del mar, la articulación de las actividades marítimas en la vida diaria como en el mercado regional o nacional y la relevancia social y simbólica que se le otorga en una sociedad a las actividades relacionadas con el mar.
Una mínima valoración del mar se refleja en la institucionalidad marítima colombiana: débil, desarticulada y dispersa. Sin embargo, el actual momento por el que pasa el país debería activar la conciencia nacional acerca de la importancia de nuestro menguado mar. Quizás ello despierte la defensa y valoración de este en sus múltiples dimensiones: espacio de comunicación y comercio, escenario de eventos de nuestra historia, recipiente de nuestro patrimonio cultural marítimo y de importantes recursos bióticos, fuente de literatura, lugar para la recreación y frontera extrema de la República.
wilderguerra@gmail.com
viernes, 23 de noviembre de 2012
La Constitución de Cádiz
Colombia y los otros países de Hispanoamérica no han otorgado la real importancia en sus conmemoraciones oficiales a una fecha iluminadora en la historia de dos continentes como es el Bicentenario de la Constitución de Cádiz. Si bien es cierto que en nuestra republica el convencional relato histórico nacional ha sido construido alrededor de la gesta independentista de unas pocas provincias está claramente documentado que ciudades como Santa Marta y Riohacha tomaron caminos diferentes buscando la autonomía y no la independencia en el marco del primer experimento constitucional liberal de la península ibérica.
La Carta de Cádiz promulgada el 19 de marzo de 1812 no solo fue el inicio del constitucionalismo español sino un referente insoslayable alrededor de la construcción de la identidad europea y de la conformación de un liberalismo que limitaba el poder del monarca español y dejaba la representación de la soberanía nacional en las cortes. Dicha constitución supuso el fin del viejo pacto histórico entre el Rey y los súbditos del reino, adecuando un nuevo acuerdo a los criterios ideológicos imperantes en aquel momento y creó un nuevo marco para las relaciones entre la España metropolitana y el continente hispanoamericano. “La Nación Española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios” reza el artículo 1. “Son españoles todos los hombres libres y avecindados en los dominios de las Españas” declara el artículo 5 de la carta magna de entonces.
En la Nueva Granada, afirma con autoridad el destacado historiador Armando Martínez Garnica, ejemplares impresos de la Constitución de Cádiz se recibieron desde mediados del año 1812 en las provincias que se mantenían leales a la Monarquía: Santa Marta, Riohacha, Panamá, Barbacoas, Iscuandé, Pasto, Quito, Cuenca y Guayaquil.
El 17 de octubre de 1812 empezaron en Riohacha los actos conmemorativos. Habiéndose descubierto a los concurrentes la carta se le hicieron todos los honores, y la tropa celebró la salida con una completa descarga, y tañéndose las campanas “haciendo salvas el Castillo de San Jorge siguió un solemne paseo por toda la Plaza acompañando el retrato de S. M. A las tres de la tarde se leyó la Constitución a la poblacion y se hizo un Te Deumen elque particparonals autoirdades de los sitios y provincias. El día 19 se celebró misa igualmente solemne a nuestra patrona de los Remedios, rogando a la Divina providencia por el buen éxito y felicidad de la Monarquía”
Conmemorando el bicentenario de dicha Constitución el pasado viernes 16 de noviembre se realizó en la emblemática ciudad de Cádiz una cumbre iberoamericana con la asistencia de diversos jefes de estado. Algunas voces expresaron que "desde que dejó el poder Felipe González, la atención prestada a América Latina ha sido muy deficiente y muy variable”. Ante la crisis en España, los iberoamericanos están volviendo a sus países, con unas capacidades que quizás antes no tenían pero también marchan hacia Hispanoamérica jóvenes españoles bien formados que buscan una oportunidad laboral.
La gente va y viene en uno y otro sentido a través de cambiantes carabelas. El tiempo parece conducirnos a una relacion más horizontal entre ambos hemisferios. No debemos olvidar que el español como lengua aglutina a 650 millones de personas. Pase lo que pase a ambos lado del Atlántico nos quedará siempre la luz del inolvidable poema de Borges: “España del inútil coraje, podemos profesar otros amores, / podemos olvidarte como olvidamos nuestro propio pasado,/ porque inseparablemente estás en nosotros/ en los íntimos hábitos de la sangre/ madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones, incesante y fatal.”
domingo, 4 de noviembre de 2012
La justicia indígena en el banquillo
Weildler Guerra Curvelo En las últimas semanas los medios nacionales y regionales han registrado diversos hechos policiales en los que aparecen como responsables miembros de los pueblos indígenas. A diferencia de los actos delictivos comunes en los que están comprometidos individuos de la sociedad mayoritaria en el caso de los indígenas la responsabilidad se hace injustamente extensiva a toda una colectividad humana a la que se estigmatiza y criminalizai sin investigar en profundidad los hechos creando una vinculación arbitraria y forzosa entre comportamiento delictivo y pertenencia étnica.
Si continuamos mirando la violencia nacional a través de estos lentes distorsionadores los indígenas podrían con todo derecho emplear una perspectiva similar y preguntarse a que agrupación social pertenecen quienes lanzan granadas en las ciudades, extorsionan y asesinan a los comerciantes, secuestran y despojan de tierras a los campesinos imponiéndonos un orden social opresivo y violento que no recibe tanta atención en los frívolos medios de comunicación. ¿A qué grupo étnico pertenecen los jefes de las Bacrim? ¿A cual Garavito el temible asesino en serie?
El quebrantamiento de las normas sociales por parte de individuos o grupos sociales está presente en toda sociedad humana, de allí que ellas elaboren sencillos o complejos sistemas normativos basados en principios y procedimientos diversos. Los pueblos indígenas no son la excepción y por ello establecen sanciones para quienes quebranten sus normas sociales. Con frecuencia estas son diferentes al encarcelamiento pues para algunos grupos amerindios como los wayuu la idea de justicia es a la vez restaurativa y restitutiva más no punitiva. En ella el principio fundamental es el reconocimiento del daño y el reequilibrio de las relaciones sociales mediante el pago de una indemnización. El individuo no es visto como un ser aislado, un delincuente contaminado e irredimible que hay que arrojar a un precipicio sino que es percibido como un ser humano falible, inmerso en un grupo de parientes que comparten con él una misma valoración social.
A diferencia de lo que suele comúnmente pensarse la jurisdicción indígena no es una justicia de causas menores. Como lo ha considerado la Corte Constitucional y el Consejo Superior de la Judicatura “en la noción de fuero indígena se conjugan dos elementos: uno de carácter personal, con el que se pretende señalar que el individuo debe ser juzgado de acuerdo con las normas y las autoridades de su propia comunidad, y uno de carácter geográfico, que permite que cada comunidad pueda juzgar las conductas que tengan ocurrencia dentro de su territorio, de acuerdo con sus propias normas”. Desconocer este concepto es vaciar de contenido el artículo 246 de la Constitución colombiana y aplicar una visión de alteridad permeada por la noción de supremacía cultural “occidental”.
Sin embargo, el fuero indígena tiene límites establecidos y corresponde a las autoridades tradicionales seguir el principio de legalidad como garantía del debido proceso y actuar con firmeza especialmente sobre aquellos actos que afecten la integridad de personas no indígenas en sus territorios pues la autonomía no debe ser sinónimo de impunidad. Urge un dialogo entre las autoridades judiciales ordinarias y la justicia indígena pero aun más apremiante es la capacitación de nuestros comunicadores, fiscales, jueces y policías en el conocimiento del fuero indígena colombiano y en el estudio de los principios y procedimientos de los sistemas normativos amerindios que van más allá del limitado concepto de “usos y costumbres”. No hubiésemos llegado a esta situación si el país dispusiera hoy de una ley sobre jurisdicción especial indígena.
wilderguerra@gmail.com
Si continuamos mirando la violencia nacional a través de estos lentes distorsionadores los indígenas podrían con todo derecho emplear una perspectiva similar y preguntarse a que agrupación social pertenecen quienes lanzan granadas en las ciudades, extorsionan y asesinan a los comerciantes, secuestran y despojan de tierras a los campesinos imponiéndonos un orden social opresivo y violento que no recibe tanta atención en los frívolos medios de comunicación. ¿A qué grupo étnico pertenecen los jefes de las Bacrim? ¿A cual Garavito el temible asesino en serie?
El quebrantamiento de las normas sociales por parte de individuos o grupos sociales está presente en toda sociedad humana, de allí que ellas elaboren sencillos o complejos sistemas normativos basados en principios y procedimientos diversos. Los pueblos indígenas no son la excepción y por ello establecen sanciones para quienes quebranten sus normas sociales. Con frecuencia estas son diferentes al encarcelamiento pues para algunos grupos amerindios como los wayuu la idea de justicia es a la vez restaurativa y restitutiva más no punitiva. En ella el principio fundamental es el reconocimiento del daño y el reequilibrio de las relaciones sociales mediante el pago de una indemnización. El individuo no es visto como un ser aislado, un delincuente contaminado e irredimible que hay que arrojar a un precipicio sino que es percibido como un ser humano falible, inmerso en un grupo de parientes que comparten con él una misma valoración social.
A diferencia de lo que suele comúnmente pensarse la jurisdicción indígena no es una justicia de causas menores. Como lo ha considerado la Corte Constitucional y el Consejo Superior de la Judicatura “en la noción de fuero indígena se conjugan dos elementos: uno de carácter personal, con el que se pretende señalar que el individuo debe ser juzgado de acuerdo con las normas y las autoridades de su propia comunidad, y uno de carácter geográfico, que permite que cada comunidad pueda juzgar las conductas que tengan ocurrencia dentro de su territorio, de acuerdo con sus propias normas”. Desconocer este concepto es vaciar de contenido el artículo 246 de la Constitución colombiana y aplicar una visión de alteridad permeada por la noción de supremacía cultural “occidental”.
Sin embargo, el fuero indígena tiene límites establecidos y corresponde a las autoridades tradicionales seguir el principio de legalidad como garantía del debido proceso y actuar con firmeza especialmente sobre aquellos actos que afecten la integridad de personas no indígenas en sus territorios pues la autonomía no debe ser sinónimo de impunidad. Urge un dialogo entre las autoridades judiciales ordinarias y la justicia indígena pero aun más apremiante es la capacitación de nuestros comunicadores, fiscales, jueces y policías en el conocimiento del fuero indígena colombiano y en el estudio de los principios y procedimientos de los sistemas normativos amerindios que van más allá del limitado concepto de “usos y costumbres”. No hubiésemos llegado a esta situación si el país dispusiera hoy de una ley sobre jurisdicción especial indígena.
wilderguerra@gmail.com
Ajiacos del Caribe
Weildler Guerra Curvelo
¿Es el ajiaco un plato exclusivo de la sabana de Bogotá? Aunque muchos colombianos estén convencidos de ello amplias evidencias históricas y etnográficas nos muestran que el ajiaco, en sus diversas variantes, tiene una extensa difusión en la América intertropical y se le puede encontrar en el Caribe insular, Centroamérica, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Chile. Es tan antiguo y tan propio de este continente que ya es mencionado por el cronista Bernardo Vargas Machuca en su obra Milicia Indiana en 1599.
Su nombre se deriva de un ingrediente indígena que en principio le era común: el ají. Esto lo corrobora la Real Academia de la Lengua al incluir en una de sus acepciones de ajiaco: “especie de olla podrida usada en América que se hace de legumbres y carne en pedazos pequeños y se sazona con ají”. No obstante, la propia academia complementa su definición al añadir que la forma de preparación y sus ingredientes varían de país a país. En Cuba el ajiaco es considerado un plato nacional. El pensador Fernando Ortiz compara la sociedad y la cultura cubanas con el ajiaco y ve en ellas “ mestizaje de cocinas, mestizaje de razas, mestizaje de culturas. Caldo denso de civilización que borbollea en el fogón del Caribe”.
Los ajiacos colombianos son diversos y entre ellos se encuentran los de la sabana cundiboyacense, el Tolima y Santander. Variedades de papas, hierbas y legumbres propias de la región andina están presentes en su preparación. En el Caribe colombiano el ajiaco cartagenero lleva carne salada, costillas de cerdo, yuca, ñame, ajíes criollos, cebolla, dientes de ajo, tomates, pimienta de olor y plátano maduro. En la Guajira hay diversos tipos de ajiacos: de cecina con maduro, de riñón siendo el más popular el de tortuga. El ajiaco de cecina con maduro tiene como ingredientes: carne cecina de cabra, plátano maduro y se adereza con sal y pimienta de olor. Se sirve con arroz blanco y puede incluir también cebollín y pimienta picante ello depende del guiño familiar en su preparación.
Lamentablemente, aun en Riohacha residen personas que desconocen la extraordinaria riqueza de la cocina guajira. No faltan quienes aturdidos por los estereotipos andinos, las salchipapas y la subvaloración de lo propio crean que el único ajiaco que existe en el mundo es el bogotano. Por ello el muy guajiro ajiaco de cecina con maduro fue considerado como plato en peligro en la segunda versión del evento La Cocina Importa que el Banco de la República y la Cámara de Comercio de la Guajira realizan anualmente con el apoyo del gobierno departamental y municipal, los restaurantes de la ciudad, la Fundación Cerrejón Guajira Indígena y diversas entidades públicas. Un conjunto de actividades académicas, culinarias, musicales e institucionales se realizaran en Riohacha durante los días 9, 10 y 11 de octubre teniendo como invitados a la isla de Aruba, el departamento de Sucre y el municipio de Urumita.
Entre los invitados se encuentran prestigiosos figuras de la cocina como el arubiano Jessy Brooks y el grupo musical Steel Band, destacados investigadores como Lácides Moreno, Ramiro Delgado, María José Yances, Alex Quessep, Dario Montoya y Rafael Martínez. El aporte local lo harán los antropólogos Otto Vergara y Mildred Nájera. Riohacha será en esos días el lugar ideal en Colombia para alcanzar el júbilo culinario y para valorar los saberes, conocimientos y prácticas que en ese campo poseen nuestras comunidades. Como en la inolvidable canción de Daniel Santos y la Sonora Matancera a los visitantes solo les tocará “después del ajiaco hecho/poner la boca”
wilderguerra@gmail.com
http://www.youtube.com/watch?v=5ektsiGS8hg
¿Es el ajiaco un plato exclusivo de la sabana de Bogotá? Aunque muchos colombianos estén convencidos de ello amplias evidencias históricas y etnográficas nos muestran que el ajiaco, en sus diversas variantes, tiene una extensa difusión en la América intertropical y se le puede encontrar en el Caribe insular, Centroamérica, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Chile. Es tan antiguo y tan propio de este continente que ya es mencionado por el cronista Bernardo Vargas Machuca en su obra Milicia Indiana en 1599.
Su nombre se deriva de un ingrediente indígena que en principio le era común: el ají. Esto lo corrobora la Real Academia de la Lengua al incluir en una de sus acepciones de ajiaco: “especie de olla podrida usada en América que se hace de legumbres y carne en pedazos pequeños y se sazona con ají”. No obstante, la propia academia complementa su definición al añadir que la forma de preparación y sus ingredientes varían de país a país. En Cuba el ajiaco es considerado un plato nacional. El pensador Fernando Ortiz compara la sociedad y la cultura cubanas con el ajiaco y ve en ellas “ mestizaje de cocinas, mestizaje de razas, mestizaje de culturas. Caldo denso de civilización que borbollea en el fogón del Caribe”.
Los ajiacos colombianos son diversos y entre ellos se encuentran los de la sabana cundiboyacense, el Tolima y Santander. Variedades de papas, hierbas y legumbres propias de la región andina están presentes en su preparación. En el Caribe colombiano el ajiaco cartagenero lleva carne salada, costillas de cerdo, yuca, ñame, ajíes criollos, cebolla, dientes de ajo, tomates, pimienta de olor y plátano maduro. En la Guajira hay diversos tipos de ajiacos: de cecina con maduro, de riñón siendo el más popular el de tortuga. El ajiaco de cecina con maduro tiene como ingredientes: carne cecina de cabra, plátano maduro y se adereza con sal y pimienta de olor. Se sirve con arroz blanco y puede incluir también cebollín y pimienta picante ello depende del guiño familiar en su preparación.
Lamentablemente, aun en Riohacha residen personas que desconocen la extraordinaria riqueza de la cocina guajira. No faltan quienes aturdidos por los estereotipos andinos, las salchipapas y la subvaloración de lo propio crean que el único ajiaco que existe en el mundo es el bogotano. Por ello el muy guajiro ajiaco de cecina con maduro fue considerado como plato en peligro en la segunda versión del evento La Cocina Importa que el Banco de la República y la Cámara de Comercio de la Guajira realizan anualmente con el apoyo del gobierno departamental y municipal, los restaurantes de la ciudad, la Fundación Cerrejón Guajira Indígena y diversas entidades públicas. Un conjunto de actividades académicas, culinarias, musicales e institucionales se realizaran en Riohacha durante los días 9, 10 y 11 de octubre teniendo como invitados a la isla de Aruba, el departamento de Sucre y el municipio de Urumita.
Entre los invitados se encuentran prestigiosos figuras de la cocina como el arubiano Jessy Brooks y el grupo musical Steel Band, destacados investigadores como Lácides Moreno, Ramiro Delgado, María José Yances, Alex Quessep, Dario Montoya y Rafael Martínez. El aporte local lo harán los antropólogos Otto Vergara y Mildred Nájera. Riohacha será en esos días el lugar ideal en Colombia para alcanzar el júbilo culinario y para valorar los saberes, conocimientos y prácticas que en ese campo poseen nuestras comunidades. Como en la inolvidable canción de Daniel Santos y la Sonora Matancera a los visitantes solo les tocará “después del ajiaco hecho/poner la boca”
wilderguerra@gmail.com
http://www.youtube.com/watch?v=5ektsiGS8hg
La monotonia en los licores
Weildler Guerra Curvelo
En algunas ciudades del Caribe colombiano parece haberse ido consolidando una especie de culto banal al Old Parr. En las redes sociales personas y hasta ciudades parecen disputarse la dudosa distinción de asociarse con esta bebida escocesa cuyos propietarios deben obtener pingues beneficios económicos gracias a esta afiliación cándida. Muchos jóvenes que han crecido en esta devoción trivial deben estar convencidos que esa botella marrón condensa el extenso espectro de los licores destilados. No puedo imaginarme a un ciudadano francés cuyo conocimiento y preferencia gustativa se limite a un solo vino y por demás ajeno.
¿Pero en realidad cuál es el arraigo histórico del whisky en nuestros territorios? Muchos de nuestros pueblos indígenas tuvieron una diversidad de bebidas obtenidas a través de la fermentación de tubérculos como la yuca, cereales como el maíz y una extensa variedad de frutas. Una revisión al azar de los registros coloniales de las embarcaciones que fondeaban en Riohacha provenientes de los cayos franceses, Jamaica y Curazao en 1773 nos muestra la llegada de aguardiente, ron y distintos tipos de vino entre ellos el moscatel.
Ya en la época republicana, entre 1924 y 1928 el escritor Eduardo Zalamea Borda registra un consumo popular de ginebra en Cartagena y en Riohacha. Uno de los personajes de su novela Cuatro años a bordo de mi mismo dice: “Llevábamos a todas partes contrabandos
de cigarrillos, telas de seda, whisky y ginebra. Nosotros, no fumamos opio ni bebemos whisky. Eso, sólo lo beben quienes no prueban nuestra ginebra dulce, nuestra ginebra caliente, que lleva directamente a las mujeres.”
A mediados del siglo XX ya el whisky tiene una amplia aceptación en los sectores populares. En nuestra infancia la variedad anual en la preferencia de esta bebida por los mayores, nos permitía disfrutar de los pequeño caballitos blancos que traía la botella del White Horse con los cuales decorábamos los modestos árboles de navidad, extraíamos los ansiados boliches de cristal de las botellas de Robbie Burns, en ese entonces una bebida respetable, jugabamos con las tapas de cristal del President y movíamos la balanceante botella del Swing diseñada para el ondulante movimiento de los barcos. Nadie se avergonzaba de tener en su alacena una digna botella de Jonny Walker sello rojo que tanto gustaba al maestro Rafael Escalona y el Chivas no era considerado un “blended” de segunda categoría. Uno que otro sibarita local consumía en ocasiones un buen whisky de malta empacado en una hermosa caja como el Glenfiddish. Para quienes no lo saben un icono de nuestra región como García Márquez solo consume Glenlivet de doce años.
Como dejar por fuera un buen Jack Daniels de Tennessee cuyo sabor evoca la actuación memorable de Al Pacino en una cinta inolvidable: Perfume de mujer. Por mi parte, exponiéndome a la mirada desaprobadora de algunos de mis coterráneos, confieso que debo a un colega norteamericano la afición por el buen bourbon de Kentucky, específicamente por el Maker´s Mark, que traduce algo así como la Marca del artesano o más coloquialmente “hecho a mano” con su hermosa botella, su aroma de madera y su tapa sellada con cera que amorosa y ocasionalmente me llega desde Aruba.
Así como el conocimiento literario acera de un autor no puede fundamentarse en la lectura de una sola obra la valoración de una bebida no puede limitarse a una sola marca. Si se me permite parodiar a un personaje de Kundera diré que no estoy contra el Old Parr estoy contra el cliché.
wilderguerra@gmail.com
En algunas ciudades del Caribe colombiano parece haberse ido consolidando una especie de culto banal al Old Parr. En las redes sociales personas y hasta ciudades parecen disputarse la dudosa distinción de asociarse con esta bebida escocesa cuyos propietarios deben obtener pingues beneficios económicos gracias a esta afiliación cándida. Muchos jóvenes que han crecido en esta devoción trivial deben estar convencidos que esa botella marrón condensa el extenso espectro de los licores destilados. No puedo imaginarme a un ciudadano francés cuyo conocimiento y preferencia gustativa se limite a un solo vino y por demás ajeno.
¿Pero en realidad cuál es el arraigo histórico del whisky en nuestros territorios? Muchos de nuestros pueblos indígenas tuvieron una diversidad de bebidas obtenidas a través de la fermentación de tubérculos como la yuca, cereales como el maíz y una extensa variedad de frutas. Una revisión al azar de los registros coloniales de las embarcaciones que fondeaban en Riohacha provenientes de los cayos franceses, Jamaica y Curazao en 1773 nos muestra la llegada de aguardiente, ron y distintos tipos de vino entre ellos el moscatel.
Ya en la época republicana, entre 1924 y 1928 el escritor Eduardo Zalamea Borda registra un consumo popular de ginebra en Cartagena y en Riohacha. Uno de los personajes de su novela Cuatro años a bordo de mi mismo dice: “Llevábamos a todas partes contrabandos
de cigarrillos, telas de seda, whisky y ginebra. Nosotros, no fumamos opio ni bebemos whisky. Eso, sólo lo beben quienes no prueban nuestra ginebra dulce, nuestra ginebra caliente, que lleva directamente a las mujeres.”
A mediados del siglo XX ya el whisky tiene una amplia aceptación en los sectores populares. En nuestra infancia la variedad anual en la preferencia de esta bebida por los mayores, nos permitía disfrutar de los pequeño caballitos blancos que traía la botella del White Horse con los cuales decorábamos los modestos árboles de navidad, extraíamos los ansiados boliches de cristal de las botellas de Robbie Burns, en ese entonces una bebida respetable, jugabamos con las tapas de cristal del President y movíamos la balanceante botella del Swing diseñada para el ondulante movimiento de los barcos. Nadie se avergonzaba de tener en su alacena una digna botella de Jonny Walker sello rojo que tanto gustaba al maestro Rafael Escalona y el Chivas no era considerado un “blended” de segunda categoría. Uno que otro sibarita local consumía en ocasiones un buen whisky de malta empacado en una hermosa caja como el Glenfiddish. Para quienes no lo saben un icono de nuestra región como García Márquez solo consume Glenlivet de doce años.
Como dejar por fuera un buen Jack Daniels de Tennessee cuyo sabor evoca la actuación memorable de Al Pacino en una cinta inolvidable: Perfume de mujer. Por mi parte, exponiéndome a la mirada desaprobadora de algunos de mis coterráneos, confieso que debo a un colega norteamericano la afición por el buen bourbon de Kentucky, específicamente por el Maker´s Mark, que traduce algo así como la Marca del artesano o más coloquialmente “hecho a mano” con su hermosa botella, su aroma de madera y su tapa sellada con cera que amorosa y ocasionalmente me llega desde Aruba.
Así como el conocimiento literario acera de un autor no puede fundamentarse en la lectura de una sola obra la valoración de una bebida no puede limitarse a una sola marca. Si se me permite parodiar a un personaje de Kundera diré que no estoy contra el Old Parr estoy contra el cliché.
wilderguerra@gmail.com
domingo, 9 de septiembre de 2012
¿Están en peligro nuestras cocinas tradicionales?
El Ministerio de Cultura de Colombia considera que “de no desarrollarse procesos de identificación y salvaguardia de la cultura culinaria de nuestro país, estos importantes saberes estarían en su mayoría ante la grave amenaza de desaparecer”. Factores como la fragilidad en la conservación y la sobreexplotación de muchos de sus ingredientes, así como las constantes transformaciones propias del mundo actual que estimulan la homogenización de ciertos productos para el mercado global y la expansión de un comensal solitario, apurado y poco exigente pueden incidir en su desaparición. Pero quizás una de las amenazas más extendidas es la poca valoración que tenemos de nuestras cocinas regionales.
En ese sentido fue muy estimulante participar como jurado en la pasada convocatoria del ente oficial para el Premio Nacional a las Cocinas Tradicionales de Colombia. Este evento permitió reunir a cocineros portadores de la tradición culinaria de las distintas regiones del país, cocineros profesionales, estudiosos de las ciencias sociales y de la biodiversidad que se vincularon con recetas de sus regiones. Nuestra experiencia al interactuar con los participantes al lado de reconocidos investigadores como el distinguido profesor venezolano José Rafael Lovera, una autoridad en la historia de la alimentación, y del antropólogo colombiano Ramiro Delgado, riguroso investigador de nuestros sistemas culinarios, nos dejó valiosas lecciones.
Una de ellas es que sería conveniente que jóvenes y viejos cocineros tengan claras las diferencias existentes entre los conceptos de cocina y gastronomía y no los intercambien de manera indolente. Ha dicho el escritor peruano Fernando Iwasaki una frase quizás controvertible pero que nos puede servir de referente para la discusión: “Existe la cocina peruana, pero ello no implica que exista una gastronomía peruana, porque la gastronomía supone una tradición literaria, una sensibilidad cultural y la historia de esa sensibilidad. De hecho, la relación que hay entre cocina y gastronomía es la misma que encontramos entre erotismo y sexualidad. La sexualidad puede existir sin el erotismo, pero el erotismo precisa de la sexualidad”
Otra experiencia frecuente es la de la comida presentada como escenario de teatro. En ella la mesa está decorada en exceso con diversas clases de objetos que buscan crear efectos visuales de manera que da miedo hasta degustarla por no dañar la muy barroca decoración. No debe olvidarse que el arte culinario consiste principalmente en halagar el paladar y que la comida se defiende y habla por sí misma. Por último, algunos cocineros quieren colocar en un plato lo que cabria en una enciclopedia empleando un alud de ingredientes y combinaciones superfluas en una presentación que desconcierta el gusto y que solo es comparable a una alocada coreografía. Ellos, como afirmó el profesor Lovera, deben recordar la vieja frase de Voltaire "El secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo."
Eventos como el Premio Nacional a las Cocinas Tradicionales Colombianas son un primer paso para socializar y dar a conocer la riqueza culinaria del país por medio de la enseñanza de sus recetas. En realidad la principal y optimista conclusión es que tenemos riquísima cocinas regionales que deben ser valoradas. Algunas de ellas basadas en rituales, creencias, ontologías y calendarios que otorgan sentidos específicos a ciertos alimentos que están en constante reproducción. Como ha dicho David Le Breton en su obra El sabor del mundo (2009) el mejor gusto es un prisma cultural reflejado sobre el alimento.
wilderguerra@gmail.com
En ese sentido fue muy estimulante participar como jurado en la pasada convocatoria del ente oficial para el Premio Nacional a las Cocinas Tradicionales de Colombia. Este evento permitió reunir a cocineros portadores de la tradición culinaria de las distintas regiones del país, cocineros profesionales, estudiosos de las ciencias sociales y de la biodiversidad que se vincularon con recetas de sus regiones. Nuestra experiencia al interactuar con los participantes al lado de reconocidos investigadores como el distinguido profesor venezolano José Rafael Lovera, una autoridad en la historia de la alimentación, y del antropólogo colombiano Ramiro Delgado, riguroso investigador de nuestros sistemas culinarios, nos dejó valiosas lecciones.
Una de ellas es que sería conveniente que jóvenes y viejos cocineros tengan claras las diferencias existentes entre los conceptos de cocina y gastronomía y no los intercambien de manera indolente. Ha dicho el escritor peruano Fernando Iwasaki una frase quizás controvertible pero que nos puede servir de referente para la discusión: “Existe la cocina peruana, pero ello no implica que exista una gastronomía peruana, porque la gastronomía supone una tradición literaria, una sensibilidad cultural y la historia de esa sensibilidad. De hecho, la relación que hay entre cocina y gastronomía es la misma que encontramos entre erotismo y sexualidad. La sexualidad puede existir sin el erotismo, pero el erotismo precisa de la sexualidad”
Otra experiencia frecuente es la de la comida presentada como escenario de teatro. En ella la mesa está decorada en exceso con diversas clases de objetos que buscan crear efectos visuales de manera que da miedo hasta degustarla por no dañar la muy barroca decoración. No debe olvidarse que el arte culinario consiste principalmente en halagar el paladar y que la comida se defiende y habla por sí misma. Por último, algunos cocineros quieren colocar en un plato lo que cabria en una enciclopedia empleando un alud de ingredientes y combinaciones superfluas en una presentación que desconcierta el gusto y que solo es comparable a una alocada coreografía. Ellos, como afirmó el profesor Lovera, deben recordar la vieja frase de Voltaire "El secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo."
Eventos como el Premio Nacional a las Cocinas Tradicionales Colombianas son un primer paso para socializar y dar a conocer la riqueza culinaria del país por medio de la enseñanza de sus recetas. En realidad la principal y optimista conclusión es que tenemos riquísima cocinas regionales que deben ser valoradas. Algunas de ellas basadas en rituales, creencias, ontologías y calendarios que otorgan sentidos específicos a ciertos alimentos que están en constante reproducción. Como ha dicho David Le Breton en su obra El sabor del mundo (2009) el mejor gusto es un prisma cultural reflejado sobre el alimento.
wilderguerra@gmail.com
domingo, 2 de septiembre de 2012
La vajilla típica de la Guajira
Por: Weildler Guerra Curvelo
Si un visitante llegase a la península y preguntase ¿cuál es el plato típico de La Guajira? Habría que responderle con justicia que ante la dificultad de escoger un plato dentro de la extensa variedad de preparaciones de nuestra cocina local sería en extremo difícil para un nativo privilegiar una preparación sobre las demás.La Guajira es una despensa rica y abierta de sabores del Caribe. Las variadas cocinas de sus distintos grupos étnicos han permitido acumular marcadores, ingredientes, técnicas de conservación y preparación de alimentos desde tiempos prehispánicos, que se acrecientan durante los periodos colonial y republicano, abiertos a múltiples influencias de Venezuela, Europa y el Caribe insular.
Los estudios arqueológicos muestran lo importante que fueron algunos recursos naturales para la población prehispánica de la península. Peces obtenidos en las lagunas litorales, constituyen la mayor parte de los restos de fauna encontrados siguiéndole en importancia mamíferos, bivalvos, cangrejos, tortugas e iguanas. Las fuentes históricas de la primera mitad del siglo XVI se refieren a la península como una “tierra de mucha caza y pesquerías” en la que también abundaban el maíz, los ajíes y el cazabe según lo registra Alonso de Ojeda en1501. En una visita efectuada por un funcionario español a las haciendas de perlas en 1548 se documenta que el alimento dado a los indígenas buceadores era básicamente: pescado, panes de maíz, cazabe y carne de monte. Una arepa de maiz de ese entoncess debia pesar según las autoridades de las pesquerías como minimo una libra.
Los registros de las embarcaciones que fondeaban en Riohacha y las que apresaban las autoridades españolas por comerciar de manera ilícita ponen en evidencia un intenso comercio con las islas del Caribe,especialmente con Jamaica y Curazao, pero también con las posesiones de Francia. El 15 de enero de 1773 fondeaba en Riohacha la balandra de Don Ermenegildo Robles, proveniente de los cayos franceses, trayendo en sus bodegas: 41 barriles de harina, seis quesos, 20 cajas de aceite, 750 botellas de vino, 89 cajas de vino moscatel, 5 barriles de arroz, 8 barriles de aguardiente, 4 barriles de cebollas y seis jamones. El 28 de febrero la balandra María Luisa, que venía de Curazao, trajo a bordo: 11 barriles de harina, 5 de mantequilla, 2 de bacalao, dos cajas de vasos y un barril de arenques.
La comida indígena es históricamente el núcleo de la cocina guajira, que se enriquece posteriormente con las aportaciones hispánicas y africanas.El maíz es uno de los marcadores culinarios más importantes. Junto con la ahuyama y el frijol forma una triada fundamental en la cocina amerindia. Es la base de la preparación de bebidas refrescantes como la chicha y una amplia variedad de mazamorras, más de cinco variedades de arepas de maíz blanco, amarillo y morado, arepas de agua o de queso y bollos limpios o de maíz tierno.En el viejo Barrio Arriba de Riohacha, un lugar de la ciudad lleno de historias de pescadores y marineros, aún pueden conseguirse las arepuelas de huevo, únicas en el Caribe colombiano y diferentes a las arepas de huevo de otras partes de la costa por su masa delicadamente aliñada con anís y sus huevos batidos. Las arepuelas pueden ser sencillas de dulce o de sal y rellenas de salpicón de pescado. Con este cereal criollos e indígenas wayuu preparan una deliciosa polenta de maíz amarillo introducida por los navegantes de Aruba y Curazao denominada funche que suele acompañar a los guisos de carne o de pescado. La Guajira es el único territorio del Caribe colombiano en donde se come funche.
El ganado traído por los europeos en el siglo XVI enriqueció la dieta de la población peninsular con la introducción de reses, cabras, cerdos y ovejas.Siendo el departamento con el mayor número de caprinos y ovinos del país y con miles de indígenas wayuu dedicados al pastoreo, ninguna otra región del Caribe colombiano se aproxima en la variedad de preparaciones de carne de cabra a La Guajira. El juriche o fritura de diversos componentes de la cabra es una técnica,no un plato en particular, que puede incluir diversas modalidades y componentes del animal: sangre, carne, capas del estómago y vísceras. El chivo se prepara en inigualable sancocho y en exquisitos asados y guisos; todo se aprovecha del animal y ello incluye su cabeza, testículos y asaduras. Magistralmente abierta y secada al sol se obtiene la carne cecina que se hace en arroz, en sopa gruesa, en ajiaco, guisada, desmechada, asada y freída. Un fiambre de cabra empleado para abastecerse durante los viajes por el desierto es el tulujüushi que se prepara cociendo la carne en poca agua y luego secandola d al viento.
El arroz, tempranamente introducido a América, tiene un papel relevante en la cocina guajira pues se emplea en deliciosas y creativas combinaciones. Estos “arroces de liga”, como se les llama, incluyen arroz de chorizo, de cecina, de camarón, de pichipichi, de mero seco, de sierra frita, de tortuga, de caracol, de ostra perlífera, de maduro, de frijol y de ahuyama. En San Juan del Cesar es famoso el arroz de libro. Hay también arroces apastelados de cerdo, carne y pollo. En el litoral del norte de la Guajira los pescadores wayuu aun degustan el arroz de guarepo, un bivalvo marino conocido enel mundo hispano como pepitona.Siendo la Guajira una península con más de cuatrocientos kilómetros de costa, los alimentos del mar ocupan un amplio lugar en su recetario. Especies de mar abierto como meros, pargos, sierras, bonitos, jureles,coroncoros, peces loro, langostas, cazones, rayas, caracoles y langostinos, son muy apreciadas,al igual que las especies como el lebranche y la cachirra capturadas en las lagunas litorales y estuarios de Camarones, Müusichi, Carrizal y Bahía Honda. Los camarones, equivalentesa las ovejas del mar, una vez secados pueden prepararse en exquisito arroz o molidos. Diversos bivalvos se extraen del mar abierto, la arena o de las aguas someras como el pacho u ostra perlífera, pichipichi, guarepo o pepitona y almejas, para hacer arroces o son combinados con huevos para hacer un nutritivo e inigualable desayuno.
Los pescados se comen freídos, guisados, asados,hervidos, también desmenuzados y aderezados en formas de salpicón como el que se prepara con el cazón:(una variedad de tiburón tierno), y también con la raya, el bonito, el jurel, el mero y otros peces. Una fórmula emblemática de nuestra cocina es la de las sierras o pargos en escabeche que se hace con el pescado freído del día anterior y una vez aderezado con pimienta se rehidrata con diversos ingredientes vegetales y vinagre.Tiene la Guajira diversos marcadores culinarios que son esas predominancias gustativas, vinculaciones privilegiadas de alimentos y sabores presentes en diversos platos que signan culturalmente una cocina. Así, las preparaciones del pescado en escabeche llevan en armónica combinación vinagre y pimienta de olor; el chorizo criollo, comino y ajíes;las hallacas, vinagre y aceitunas; la pimienta de olor se halla en diversosguisos y en todo ajiaco.En Colombia, los ajiacos suelen asociarse con Bogotá, pero lo cierto es quetienen un extenso horizonte en América que va desde las Antillas hasta el sur del continente. El ajiaco deriva su nombre de las preparacionesdel Nuevo Mundo que empleaban en sus orígenes el ají como elemento común. Uno de los aspectos menos conocidos de la cocina criolla guajira es que presenta tres clases de ajiaco como son los de carne cecina con maduro, de tortuga y de maduro con frijol.
El sur de La Guajira, territorio de la llamada Provincia de Padilla, tiene también un variado recetario. En Fonseca hay una larga especialidad en la preparación de carne de monte que comprende entre otras: iguana, saíno o cerdo salvaje, guardatinaja y venado al igual que el conejo en coco. En San Juan del Cesar se considera propio el arroz de libro, la “asadurita”, el mondongo y el frijol dulce. En Urumita se prepara la “malangada” que combina la malanga, un tubérculo americano, con guiso de gallina criolla. En la fértil provincia tienen modalidades distintas de preparación de las arepas de queso que incluyen el asado de estas en hojas de almendro.
Finalmente, una gran variedad de dulces se encuentra en el territorioguajiro, algunos eran elaborados en Riohacha por damas de la élite representadas en el personaje garciamarquiano de Ursula Iguarán con su caramelitos de colores, mientras que otros, como las cocadas, eran considerados de carácter popular. Los dulces guajiros incluyen caramelos en formas de animales, alfajores, almojábanas,bizcochuelos, cartuchos de ajonjolí, dulces, bolas de tamarindo, huevitos de leche, merengues, mazapanes, cuques, queques, majaretes, panderos, pipiritos, pirulíes, quesadillas y tiratiras. Uno de nuestros pueblos, Monguí, es conocido principalmente por la elaboración de dulces y panelitas de leche, aunque en la cocina criolla también se preparan de ñame, maduro,coco, papaya, mango, grosella, maíz, hicaco, tomate y cereza, entre otrossabores.
La cocina guajira es un secreto bien guardado de la riqueza culinaria del país. Si un visitante llegase a la península y preguntase ¿cuál es el plato típico de La Guajira? podemos responderle: tenemos toda una vajilla típica.
La crisis de la gasolina en la frontera
Alrededor de este comercio surgió la figura de los “pimpineros” : expendedores minoristas del combustible presentes en los caminos y andenes que van desde Maicao hasta Arauca. Algunos de estos “pimpineros” se han organizado en cooperativas para formalizar su actividad económica y entrar en acuerdos con el gobierno. Muchos de ellos, alegando el derecho al trabajo, buscan sinceramente formalizar su actividad. Sin embargo, es notorio también que en la sombra se encuentran grupos poderosos que operan por fuera de las leyes comerciales, dotados de un vasto poder económico y una extraordinaria capacidad de extracción, acaparamiento y coerción. Ellos pretenden regular el precio del combustible de acuerdo con sus inescrutables intereses.
En el caso de La Guajira solo el 30 % del combustible que proviene legalmente de Venezuela corresponde a gasolina pues el otro 70 % es ACPM. Durante la última década la mayoría de los ciudadanos se abastecía de los pimpineros que disponían de combustible introducido ilegalmente y, en consecuencia, ofrecían un precio menor que el de las estaciones de gasolina. Estas viendo disminuir sus clientes reorganizaron su mercado y empezaron a demandar más ACPM para un nuevo tipo de clientes. Debido a un mayor control de las autoridades venezolanas sobre el contrabando de extracción los “pimpineros” no disponen hoy de los volúmenes de combustible que manejaron en tiempos pasados. La crisis se disparó y los consumidores han vuelto a golpear las puertas de las estaciones de servicio que alegan no disponer de gasolina. No faltan ciudadanos suspicaces que consideran que algunas estaciones revenden el combustible a los “pímpineros” y que ello ha llevado a la espiral de precios que se vive actualmente en el departamento. Otros se preguntan ¿quién ampara a los vehículos cisternas que llenos de combustible marchan hacia el interior del país?
Los acuerdos entre ambos gobiernos establecen que el cupo autorizado para La Guajira es de 3.042.000 galones de combustible venezolano anuales pero solo ingresan efectivamente 2.000.000 de galones. Según Rosario Henríquez, directiva de Ayatawacoop la cooperativa indígena de los comerciantes de combustible, no es necesario exigir el aumento del cupo establecido pues bastaría que se suministrase por parte del hermano país el millón de galones restantes para superar la crisis. Otros ciudadanos proponen utilizar en kos automotores gas natural vehicular . A pesar de que el gas natural es un recurso abundante en La Guajira no hay en su territorio programas de conversión de vehículos ni estaciones que ofrezcan ese servicio que expandido al transporte público de pasajeros implicaría un gran ahorro para la nación y tendría impactos positivos en la calidad del aire. Una fórmula novedosa es la que lleva adelantada el alcalde de Cúcuta quien está alentando a la empresa estatal venezolana PDVSA para que adquiera unas veinte estaciones de servicio en la capital nortesantandereana. Con ello se amplíaría la oferta de empleos, se garantiza el suministro de combustible sin especulaciones ni acaparamientos y se le quita una fuente de extorsión y de financiamiento a las bandas criminales.
Quizás las tres propuestas no sean excluyentes y la salida definitiva a la crisis de la gasolina en las zonas de frontera este en su armónica y complementaria combinación.
wilderguerra@gmail.com
¿Se cierra la ventana del multiculturalismo?
Weildler
Guerra Curvelo
Ha causado revuelo y
opiniones apresuradas en algunos sectores del país el reciente fallo de la
Corte Constitucional colombiana que definió un problema de linderos entre una
base militar y el resguardo Barrancón del Pueblo Jiw situado en el departamento
del Guaviare. Mediante el Auto 173 de 2012 se ordenó al Ministerio de Defensa
devolver seis hectáreas de territorio indígena ocupadas sin realizar la
necesaria consulta previa por la Escuela de Fuerzas Especiales e Infantería de
Marina. En ningún momento la Corte dictaminó el desalojo del resto de las 250
hectáreas ocupadas por los miembros de las Fuerzas Armadas que no son propiedad
colectiva de los indígenas. Su pronunciamiento se refirió específicamente a
este resguardo y no a otros territorios indígenas en Colombia.
A pesar de lo previsible del
fallo lo que sorprende es la reacción irreflexiva de algunos medios de comunicación
y altos funcionarios ante este dictamen lo que evidencia el desconocimiento de
los componentes más elementales del fuero indígena colombiano. Los resguardos
tienen la condición de inalienables y en consecuencia las seis hectáreas irregularmente
ocupadas no pueden ni cederse ni venderse a las Fuerzas Armadas como lo propuso
una ilustre figura nacional. Pero ¿qué hay detrás de toda estas posturas
hostiles a la aplicación de los derechos indígenas cada vez más frecuentes en
los medios como entre los altos dignatarios del país?
Durante los dos siglos
anteriores las elites criollas latinoamericanas pretendieron la asimilación e
integración de los pueblos indígenas dentro de un estado nacional culturalmente
homogéneo. En esta concepción un grupo nacional dominante consideraba el Estado
como su propiedad exclusiva y lo utilizaba para promover su cultura, su literatura, sus mitos, su
identidad, su historia y su lengua como expresión única de la nacionalidad. Con
la adopción de los principios del multiculturalismo liberal reflejados en la
constitución de 1991 los miembros de otras agrupaciones humanas como los
indígenas fueron considerados sujetos diferentes y diversos, dotados de
singularidad propia, cuyos intereses eran dignos de tutela constitucional y
amparables bajo la forma de derechos fundamentales. El reconocimiento de esa
diversidad se entendió como la aceptación de formas distintas de vida social
que implicaban sistemas de comprensión del mundo diferentes a los de la cultura
occidental. A la vez ello no debería quedar limitado a un mero reconocimiento
simbólico sino que debe ir acompañado de una redistribución material de poder y
de recursos.
Todo ello parece estar
retrocediendo en nuestro país en donde imperan nuevas formas de nacionalismo
banal, oficial y mediático que no aceptan la existencia de otras formas de
colombianidad. Durante los recientes sucesos del Cauca algunos medios
nacionales presentaron los términos “indígena” y “colombiano” como si fuesen
perfectos antónimos. Algunos protagonistas de nuestra vida pública con poder
decisorio no ocultan su aversión al reconocimiento de todas las formas de
autogobierno consagradas en la carta.
En su libro Odiseas multiculturales Will Kymlicka cree que la ventana del multiculturalismo en algunas regiones del
mundo ha empezado a cerrarse cuando
apenas comenzaba a abrirse. Lo grave de la situación, cree el pensador
canadiense, es que hemos quedado ante un proceso imperfecto e inestable
sometido a una gran presión desde diferentes sectores económicos y políticos que
buscan la eliminación de estas importantes conquistas o su retroceso. De ser
así las nuevas generaciones perderán la posibilidad de vivir en un futuro
pluriverso y se verán reducidos a un estancado, discriminatorio y
empobrecedor universo.
wilderguerra@gmail.com
miércoles, 18 de julio de 2012
La encrucijada del Cauca
Los recientes enfrentamientos armados ocurridos en el Cauca han obligado a los colombianos a encarar una visión más realista de la guerra.
Las escenas que mostraron a grupos de insurgentes colocando retenes a menos de un kilómetro del área urbana de Toribío en donde el Presidente de la República se reunía a esa hora con los ministros y las autoridades locales, impactaron el ánimo de la mayoría de los colombianos.
La posterior noticia de la caída de un avión de la Fuerza Aérea que participaba en las operaciones agravó esa impresión y en muchos ciudadanos quedó la sensación de que en esa parte del país de no darse cambios significativos en la forma de conducir las acciones en materia social, política y militar, tendremos conflicto para rato.
Y es que el territorio del Cauca presenta unas singularidades históricas, geográficas, económicas y culturales. Por sus cordilleras han pasado numerosos ejércitos. Importantes contiendas de nuestras guerras civiles tuvieron esas tierras como escenario. Con una extensión de 29.308 km2, el Cauca se extiende sobre las regiones Andina y Pacífica. Gran parte de su población es indígena o afrocolombiana. Su economía es principalmente agropecuaria y la huella de la historia de las haciendas coloniales refleja profundas desigualdades sociales. A su vez esto ha propiciado fuertes movimientos comunitarios y la resistencia civil de sus habitantes contra toda forma de injusticia y autoritarismo.
Para las Farc el Cauca es un corredor vital hacia el Pacífico y un prometedor laboratorio de guerra. Las tácticas contrairsungentes, exitosas en otras partes del país, fracasan en sus escarpadas montañas. Su quebrada topografía dificulta el accionar del Ejército con sus helicópteros y aviones de combate. El principal escollo del Ejército ha sido que no ha podido ganarse el apoyo de la población civil, especialmente de los indígenas. Años de violencia, discriminación, paramilitarismo y exclusión social han erosionado la legitimidad del Estado ante unas agrupaciones humanas cansadas de una guerra estéril y prolongada que no es vista como un remedio para salir a un nuevo orden social sino como una enfermedad crónica que solo produce dolor y muertes injustificadas.
Las Farc tampoco cuentan con ese apoyo. Una cosa son los discursos y manifiestos de sus comandantes y otras las crueles actuaciones de sus jefes de frente y de sus milicianos contra la población amerindia.
En una carta de las autoridades indígenas del Cauca al comandante Timochenko le dicen con firmeza “No estamos en orillas diferentes de un mismo río. En realidad estamos en dos ríos distintos; puede que ambos desemboquen en el mismo mar, pero pensamos que el de ustedes difícilmente llegará al de un país más justo”.
El gobierno se halla hoy en una encrucijada. Por un lado no ha podido garantizar la seguridad de la población civil ni de sus propias tropas aumentando la presencia militar en el Cauca mientras las comunidades nativas exigen impacientes el retiro de todos los actores armados incluido eld el as tropas oficiales, por el otro, si se retira de los resguardos esto podría ser interpretado por algunos sectores como una claudicación ante las Farc.Ha optado pro no retirarse y esto aumentarà las fricciones con las autoridades indigenas. La exigencia de los nativos no es totalmente arbitraria, como lo señalan algunos medios de comunicación colombianos que satanizan a los nativos, el articulo 30 de la Declaración Universal sobre Pueblos Indígenas de Naciones Unidas dice que "No se desarrollarán actividades militares en las tierras o territorios de los pueblos indígenas, a menos que lo justifique una razón de interés público pertinente o que se haya acordado libremente con los pueblos indígenas interesados, o que éstos lo hayan solicitado"
Como le han dicho los indígenas a la guerrilla “estamos en desacuerdo con la necesidad y utilidad actuales de la guerra. Eso no cambia el hecho de que entendemos las causas del conflicto y las razones para su persistencia; pero es claro que hacer la guerra no es un mero resultado de las condiciones socio-económicas, sino que es el resultado de una decisión política”.
Es hora de acciones imaginativas quizás en unos simples bastones cargados de historias y de símbolos podría estar la salida a este inútil y sangriento conflicto.
Por Weilder Guerra C.
wilderguerra@gmail.com
Las escenas que mostraron a grupos de insurgentes colocando retenes a menos de un kilómetro del área urbana de Toribío en donde el Presidente de la República se reunía a esa hora con los ministros y las autoridades locales, impactaron el ánimo de la mayoría de los colombianos.
La posterior noticia de la caída de un avión de la Fuerza Aérea que participaba en las operaciones agravó esa impresión y en muchos ciudadanos quedó la sensación de que en esa parte del país de no darse cambios significativos en la forma de conducir las acciones en materia social, política y militar, tendremos conflicto para rato.
Y es que el territorio del Cauca presenta unas singularidades históricas, geográficas, económicas y culturales. Por sus cordilleras han pasado numerosos ejércitos. Importantes contiendas de nuestras guerras civiles tuvieron esas tierras como escenario. Con una extensión de 29.308 km2, el Cauca se extiende sobre las regiones Andina y Pacífica. Gran parte de su población es indígena o afrocolombiana. Su economía es principalmente agropecuaria y la huella de la historia de las haciendas coloniales refleja profundas desigualdades sociales. A su vez esto ha propiciado fuertes movimientos comunitarios y la resistencia civil de sus habitantes contra toda forma de injusticia y autoritarismo.
Para las Farc el Cauca es un corredor vital hacia el Pacífico y un prometedor laboratorio de guerra. Las tácticas contrairsungentes, exitosas en otras partes del país, fracasan en sus escarpadas montañas. Su quebrada topografía dificulta el accionar del Ejército con sus helicópteros y aviones de combate. El principal escollo del Ejército ha sido que no ha podido ganarse el apoyo de la población civil, especialmente de los indígenas. Años de violencia, discriminación, paramilitarismo y exclusión social han erosionado la legitimidad del Estado ante unas agrupaciones humanas cansadas de una guerra estéril y prolongada que no es vista como un remedio para salir a un nuevo orden social sino como una enfermedad crónica que solo produce dolor y muertes injustificadas.
Las Farc tampoco cuentan con ese apoyo. Una cosa son los discursos y manifiestos de sus comandantes y otras las crueles actuaciones de sus jefes de frente y de sus milicianos contra la población amerindia.
En una carta de las autoridades indígenas del Cauca al comandante Timochenko le dicen con firmeza “No estamos en orillas diferentes de un mismo río. En realidad estamos en dos ríos distintos; puede que ambos desemboquen en el mismo mar, pero pensamos que el de ustedes difícilmente llegará al de un país más justo”.
El gobierno se halla hoy en una encrucijada. Por un lado no ha podido garantizar la seguridad de la población civil ni de sus propias tropas aumentando la presencia militar en el Cauca mientras las comunidades nativas exigen impacientes el retiro de todos los actores armados incluido eld el as tropas oficiales, por el otro, si se retira de los resguardos esto podría ser interpretado por algunos sectores como una claudicación ante las Farc.Ha optado pro no retirarse y esto aumentarà las fricciones con las autoridades indigenas. La exigencia de los nativos no es totalmente arbitraria, como lo señalan algunos medios de comunicación colombianos que satanizan a los nativos, el articulo 30 de la Declaración Universal sobre Pueblos Indígenas de Naciones Unidas dice que "No se desarrollarán actividades militares en las tierras o territorios de los pueblos indígenas, a menos que lo justifique una razón de interés público pertinente o que se haya acordado libremente con los pueblos indígenas interesados, o que éstos lo hayan solicitado"
Como le han dicho los indígenas a la guerrilla “estamos en desacuerdo con la necesidad y utilidad actuales de la guerra. Eso no cambia el hecho de que entendemos las causas del conflicto y las razones para su persistencia; pero es claro que hacer la guerra no es un mero resultado de las condiciones socio-económicas, sino que es el resultado de una decisión política”.
Es hora de acciones imaginativas quizás en unos simples bastones cargados de historias y de símbolos podría estar la salida a este inútil y sangriento conflicto.
Por Weilder Guerra C.
wilderguerra@gmail.com
domingo, 1 de julio de 2012
Varios arquepologos y un río
Weildler Guerra Curvelo
Los diversos foros y eventos relacionados con el posible desvío del Rio Ranchería nos hacen evocar las figuras de los académicos cuyas vidas y tareas investigativas estuvieron en algún momento asociadas a esa corriente fluvial. El área del río Ranchería es considerada de suma importancia en el desarrollo de la arqueología colombiana. Escritores, geólogos, arqueólogos, geográfos y etnólogos colombianos y extranjeros han recorrido el curso de este rio camino que desde los tiempos prehispánicos fue una de las rutas de entrada al interior del continente.
El escritor Jorge Isaacs, escribió en 1884 un libro llamado Las Tribus indígenas del Magdalena en el que realiza descripciones de objetos indígenas antiguos y de petroglifos encontrados en la Sierra Nevada. Isaacs no solo conoció este rio en su desembocadura sino que lo remontó hasta su parte alta en donde recogió antiguos relatos de los pueblos serranos. El autor de la María nos narra su encuentro con Sheukaká, sacerdote indígena de Marocaso en agosto de 1882. “Me sorprendió mucho verle el ropaje de los guajiros, extraño en la Sierra; e interrogándole sobre el particular, me dijo que aquel traje habían llevado siempre, en tiempos anteriores, los varones de su tribu”
Los primeros estudios arqueológicos en áreas adyacentes al río fueron efectuados por el Conde francés Joseph de Brettes en 1894 y 1898. Sus trabajos comprendieron labores de recolección superficial de vestigios materiales y excavaciones realizadas, principalmente, en el área denominada Calancala situada en una de las bocas que forman el delta de dicho río en la ciudad de Riohacha. De Brettes contrajo matrimonio con una mujer indígena habitante del delta conocida como “La Brugés” lo cual reafirma la creencia de los habitantes ribereños de que este rio tiene cualidades casamenteras pues es un espacio propicio para el amor y el juego.
Los antropólogos Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff desarrollaron en 1951 trabajos de investigación arqueológica en el valle medio del río Ranchería, principalmente en el municipio de Barrancas. En 1946 Reichel y su esposa habían llegado a Santa Marta para fundar el Instituto Etnológico del Magdalena, filial del Instituto Etnológico Nacional que funcionaba en la capital del país. A lo largo del Ranchería encontraron numerosos sitios que forman parte de una secuencia de complejos agrícolas sedentarios, caracterizados por la presencia de cerámica pintada. En esos días la Sierra Nevada no gozaba de la aureola mística que hoy tiene entre los investigadores nacionales y extranjeros, aureola que, para ser justos, el propio Reichel contribuyó a crear. Las “ciudades perdidas” eran accesibles a quienes recorrían el territorio indígena, había pocos turistas y Macondo era, según el propio Reichel, “simplemente el nombre de un árbol”.
Otros investigadores más recientes asociados al rio son Gerardo Ardila, Alvaro Botiva, Carl Langebaek e Inés Cavelier. Todos ellos han contribuido, junto con las distintas agrupaciones humanas ribereñas, a construir la memoria y la cuenca del rio no como una mera delimitación natural sino como una construcción histórica y social. Al ver pasar las aguas de este rio vemos también como fluyen fragmentos de la historia de la arqueología en Colombia. Fluye también un poema de Borges: “Somos el agua, no el diamante duro,/ la que se pierde, no la que reposa./ Somos el río y somos aquel griego /que se mira en el río. /Somos el vano río prefijado, rumbo a su mar”.
wilderguerra@gmail.com
Los diversos foros y eventos relacionados con el posible desvío del Rio Ranchería nos hacen evocar las figuras de los académicos cuyas vidas y tareas investigativas estuvieron en algún momento asociadas a esa corriente fluvial. El área del río Ranchería es considerada de suma importancia en el desarrollo de la arqueología colombiana. Escritores, geólogos, arqueólogos, geográfos y etnólogos colombianos y extranjeros han recorrido el curso de este rio camino que desde los tiempos prehispánicos fue una de las rutas de entrada al interior del continente.
El escritor Jorge Isaacs, escribió en 1884 un libro llamado Las Tribus indígenas del Magdalena en el que realiza descripciones de objetos indígenas antiguos y de petroglifos encontrados en la Sierra Nevada. Isaacs no solo conoció este rio en su desembocadura sino que lo remontó hasta su parte alta en donde recogió antiguos relatos de los pueblos serranos. El autor de la María nos narra su encuentro con Sheukaká, sacerdote indígena de Marocaso en agosto de 1882. “Me sorprendió mucho verle el ropaje de los guajiros, extraño en la Sierra; e interrogándole sobre el particular, me dijo que aquel traje habían llevado siempre, en tiempos anteriores, los varones de su tribu”
Los primeros estudios arqueológicos en áreas adyacentes al río fueron efectuados por el Conde francés Joseph de Brettes en 1894 y 1898. Sus trabajos comprendieron labores de recolección superficial de vestigios materiales y excavaciones realizadas, principalmente, en el área denominada Calancala situada en una de las bocas que forman el delta de dicho río en la ciudad de Riohacha. De Brettes contrajo matrimonio con una mujer indígena habitante del delta conocida como “La Brugés” lo cual reafirma la creencia de los habitantes ribereños de que este rio tiene cualidades casamenteras pues es un espacio propicio para el amor y el juego.
Los antropólogos Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff desarrollaron en 1951 trabajos de investigación arqueológica en el valle medio del río Ranchería, principalmente en el municipio de Barrancas. En 1946 Reichel y su esposa habían llegado a Santa Marta para fundar el Instituto Etnológico del Magdalena, filial del Instituto Etnológico Nacional que funcionaba en la capital del país. A lo largo del Ranchería encontraron numerosos sitios que forman parte de una secuencia de complejos agrícolas sedentarios, caracterizados por la presencia de cerámica pintada. En esos días la Sierra Nevada no gozaba de la aureola mística que hoy tiene entre los investigadores nacionales y extranjeros, aureola que, para ser justos, el propio Reichel contribuyó a crear. Las “ciudades perdidas” eran accesibles a quienes recorrían el territorio indígena, había pocos turistas y Macondo era, según el propio Reichel, “simplemente el nombre de un árbol”.
Otros investigadores más recientes asociados al rio son Gerardo Ardila, Alvaro Botiva, Carl Langebaek e Inés Cavelier. Todos ellos han contribuido, junto con las distintas agrupaciones humanas ribereñas, a construir la memoria y la cuenca del rio no como una mera delimitación natural sino como una construcción histórica y social. Al ver pasar las aguas de este rio vemos también como fluyen fragmentos de la historia de la arqueología en Colombia. Fluye también un poema de Borges: “Somos el agua, no el diamante duro,/ la que se pierde, no la que reposa./ Somos el río y somos aquel griego /que se mira en el río. /Somos el vano río prefijado, rumbo a su mar”.
wilderguerra@gmail.com
martes, 19 de junio de 2012
Artesanos de Colombia
Artesanos de Colombia
Weildler
Guerra Curvelo
¿Valora
Colombia a sus artesanos? En los últimos años gran parte de la percepción
positiva de Colombia en el exterior proviene de la alta acogida de sus
productos artesanales en escenarios diversos que van desde las ferias
de turismo hasta las más prestigiosas pasarelas en donde muestran sus
creaciones reconocidos diseñadores nacionales y extranjeros. Pero ¿quien se
acuerda de nuestros artesanos? Puesta hábilmente la aplicación o la leve
modificación estética que lleva la firma de la reputada diseñadora sobre el
producto artesanal su valor se multiplica
de manera geométrica. Mientras ello ocurre se borra el rostro y la creación de
la modesta artesana que cotidianamente elabora la preciada mochila vendida a un
precio irrisorio en el insensible mercado de los intermediarios.
La
idea de que el trabajo artesanal se basa en una mera repetición mecánica de
movimientos corporales pasivamente aprendidos esta muy lejos de la realidad. El
pensador norteamericano Richard Sennet sostiene en su obra El artesano (2008) que el término «Artesanía> designa un impulso
humano duradero y básico, el deseo de realizar bien una tarea. Ello abarca una
franja mucho más amplia que la correspondiente al trabajo manual especializado.
Todo buen artesano mantiene un
diálogo entre unas prácticas concretas y el pensamiento; este diálogo
evoluciona hasta convertirse en hábito. Para Sennet el saber
artesanal aporta argumentos que acreditan la fe del pragmatismo en la democracia.
Estas razones se fundamentan en
el hecho de que las capacidades a las
que recurren los seres humanos para desarrollar habilidades no están restringidas a una élite, sino
ampliamente distribuidas entre
los seres humanos.
Este año los colombianos tendrán en
sus manos dos obras que hacen un homenaje a nuestros artesanos. La primera de
ellas llamada Lenguaje
Creativo de Etnias Indígenas de Colombia de Cecilia Duque
fue recientemente publicada. El libro presenta cerca de 500 hermosas fotografías donde
se plasman la creatividad de 15 etnias colombianas. La
obra sugiere que el complejo conjunto de diseños y grafismos indígenas
parece constituirse en una propuesta de ordenación del universo realizada
mediante pigmentos, arena, agujas y tintes que son los vehículos que hacen
posible la visualización de las representaciones encerradas en la memoria de los
miembros de una agrupación humana.
La segunda de estas obras es una
reedición del exquisito empaque texto del artista e investigador cordobés Cristo Hoyos llamado Tambucos, ceretas y cafongos. Este precioso libro trata de los
objetos, utensilios, envoltorios y empaques creados por las gentes sencillas
del Bolívar Grande. La obra evidencia como esos artefactos son portadores de
una memoria inscrita en sus materiales, diseños y colores reflejando según el
autor una estética con variadas raíces “síntesis de la más diversa y compleja
condición humana”. El autor nos muestra que detrás de los elaborados
artefactos y las apetitosas viandas
recogidas en las imágenes y en el texto hay auténticos artistas de todos la
épocas, hombres y mujeres del campo: tejedores, moldeadores, cocineras,
talladores: seres sencillos llenos de destreza corporal, talento y creatividad.
Mientras termino esta columna miro
por mi ventana a las artesanas wayuu que con sus coloridas mochilas adornan la avenida 14 de mayo de
Riohacha. Al fondo el primigenio mar Caribe que el Rio Ranchería tiñe de un
color ocre ancestral. Luego, surge la pregunta ¿cual es el sentido de estos
hermosos objetos? La respuesta nos la aporta la pensadora judía Hanna Arendt: estabilizar
el mundo, pues el trabajo
y su producto artificial hecho por el hombre, concede una medida de
permanencia y
durabilidad a la futilidad de la vida mortal y al efímero carácter del tiempo
humano.
domingo, 3 de junio de 2012
Las comunidades indigenas y el maltrato infantil
Weildler Guerra Curvelo
Algunos medios de comunicación del país parecen haber
descubierto un prometedor filón de noticias morbosas estableciendo una
asociación elemental entre abuso infantil y pertenencia étnica. Dentro de este
singular estado de exacerbación mediática el abuso sexual infantil parecería
constituir una especie de enfermedad contagiosa que se incuba de manera impune
y natural en las minorías y que podría transmitirse hacia las mayorías
nacionales si no se toman drásticas medidas para evitarlo.
El
tema del abuso infantil merece abordarse desde una perspectiva
interdisciplinaria reflexiva e integral pues hay muchas falacias preconcebidas
y los hechos observados por organizaciones como Save the Children en distintas sociedades van en otra dirección. El
abuso sexual de menores cae dentro del campo más amplio del maltrato infantil
que a su vez viene determinado por la interacción de múltiples factores. No hay
evidencias estadísticas de que hoy en día haya más abusos sexuales infantiles
que en el pasado pero es notorio que los medios de detección de estos a nivel
profesional e institucional han aumentado, la sociedad es ahora menos tolerante
con los abusos y trata el tema de manera más abierta.
Las
relaciones incestuosas no solo ocurren en familias desestructuradas con un bajo
nivel educativo sino que se dan en todos los estratos sociales. Se estima que
al menos un veinte por ciento de las personas han sufrido abusos sexuales en su
infancia aunque sólo se conoce entre el
10 y el 20 por ciento de los casos reales. A esto se le llama el vértice de la
pirámide del maltrato. Usualmente el agresor es una personas cercana y conocida
por el niño tales como miembros de su familia, vecinos o amigos de los padres.
¿Existen
abusos sexuales en el seno de comunidades indígenas como la wayuu? Si existen,
al igual que entre la población no indígena. Es falso que “la cultura impide su
castigo”. Los indígenas comparten con otras agrupaciones humanas la
consideración de que el abuso sexual contra niños o contra adultos es
psicológicamente dañino, socialmente censurable y legalmente perseguible. Se
suelen cobrar severas compensaciones por esta conducta que, cuando incluye
acceso carnal violento (ataüjaana),
es aun más grave pues comprende tanto una afrenta moral como una agresión
física. Es necesario investigar si factores como la gradual desaparición del
rito del encierro que permitía formar a las niñas indígenas en mujeres han aumentado
su desprotección.
Antes
que concentrar nuestras energías en prejuicios banales debemos exigir de
entidades como el ICBF acciones efectivas de prevención y entendimiento del
fenómeno en todos los grupos sociales partiendo de la investigación social. Requerimos
estadísticas confiables que nos permitan
trabajar sobre los factores de riesgo como el uso de alcohol y drogas, el
desempleo, la pobreza o la legitimación social del castigo físico en el núcleo
familiar. Igualmente es necesario fortalecer los factores de protección entre
ellos: promover la valoración de los derechos del niño como persona, disponer de
una red de apoyo psicosocial, robustecer tanto la seguridad económica como la armonía y apoyo de la pareja en la
crianza.
Lamentablemente
el abuso sexual infantil como el homicidio se da en casi todas las agrupaciones
humanas. Si empleamos siempre la retícula étnica para observar los actos que
consideramos censurables y exclusivos de los otros obtendremos certezas
despiadadas sobre ellos y les percibiremos como colectividades pérfidas dotadas
de una identidad anómala-. Estigmatizarlas es situarlas por
fuera del círculo de la humanidad y condenarlas a la muerte social.
wilderguerra @gmail.com
martes, 22 de mayo de 2012
Rojas Birry, nacionalismo banal e identidades predatorias
Weildler Guerra Curvelo
Lo ocurrido en los últimos días con el ex personero de Bogotá, Francisco Rojas Birry, comenzó como un vergonzoso sainete pero puede ser una valiosa lección acerca de como funcionan en la teoría y en la practica los modelos multiculturalistas de estado y de ciudadanía.
Un juez penal condenó a dicho personaje a 8 años de cárcel por haber recibido $200 millones de David Murcia, cerebro de una captadora ilegal. Rojas Birry, alegando su origen étnico, se refugió en su casa en Bogotá, donde la guardia indígena impidió su captura con el argumento de que su caso correspondía a la justicia especial indígena y no a la justicia ordinaria. El drama concluyó cuando Rojas Birry fue puesto tras las rejas en una penitenciaria común una vez que el Consejo Superior de la Judicatura consideró que su caso era competencia de la justicia ordinaria dado que el delito por el que fue juzgado ocurrió por fuera de su territorio ancestral y mientras desempeñaba un cargo público en la capital del país.
Este suceso afectó la credibilidad de algunas organizaciones indígenas que apoyaron la posición acomodaticia de Rojas y generó la indignación de numerosos ciudadanos. Pronto la ira contra el exconstituyente se hizo injustamente extensiva a los miembros de los pueblos indígenas y se pusieron bajo examen los derechos colectivos de estos consagrados en la Carta. Basta leer lo que se escribe en esos albañales de la opinión de los diarios en donde se supone que los lectores pueden comentar las columnas y las noticias. Uno de esos insensatos escribió: “Estas etnias indígenas deben desaparecer. No aportan nada al mundo actual: viven de subvenciones de los gobiernos, entorpecen el desarrollo, y lo peor es que se siguen reproduciendo, aumentando el número de ejemplares parásitos”. .
Este es el caldo de cultivo en donde se incuban nociones de nacionalismo banal y se acrecientan las identidades predatorias. El antropólogo Arjun Appadurai considera en El rechazo de las minorías (2007) que las identidades predatorias son aquellas que se fundamentan en las reivindicaciones de una mayoría demográfica que se considera amenazada y trata de apropiarse de manera exclusiva y exhaustiva de la identidad de la nación. Ellas combinan la sensación de mayoría numérica con la fantasía de pureza y totalidad, por tanto, requieren la extinción de otras colectividades humanas para garantizar su supervivencia.
La idea de un estado colombiano culturalmente homogéneo ha estimulado en el pasado las políticas de asimilación o eliminación de agrupaciones humanas cuya organización política, lengua y sistema normativos son diferentes a las del grupo nacional dominante. Quienes no se sometieron a este proyecto de estado monocultural fueron objeto de discriminaciones de carácter económico y de represalias de diversos tipos que incluyeron el despojo de vastas áreas de sus territorios. La adopción del actual marco normativo que ampara los derechos de los pueblos amerindios y comunidades afrodescendientes se dio cuando diversos estados latinoamericanos viraron hacia un constitucionalismo multicultural que buscaba aumentar la participación democrática de los grupos sociales históricamente excluidos, reducir el riesgo de gobiernos dictatoriales y otorgar legitimidad a los estados.
No debemos confundir unidad con uniformidad. No somos un sancocho en el cual deben diluirse y fundirse las diversas culturas del país pero quizás debemos aproximarnos a la idea de una ensalada cuyos componentes conforman de manera armónica y complementaria el mismo plato preservando cada uno su color, sus nutrientes y su sabor particular.
wilderguerra@gmail.com
domingo, 6 de mayo de 2012
El Caribe: nuestro mar cimarrón
Weildler Guerra Curvelo
En uno de sus más conocidos poemas al preguntarse por la naturaleza del mar Borges escribió “quien lo mira lo ve por vez primera/ siempre, con el asombro que las cosas/ elementales dejan, las hermosas tardes, la luna, el fuego de una hoguera” . Poco nos hemos preguntado por la condición y esencia del mar. Quizás necesitemos emprender una arqueología de las formas simbólicas de apropiación de la vida marina en las distintas agrupaciones humanas y buscar entender como las culturas del pasado y las contemporáneas han elaborado su relación con el mar. ¿Como construir un sentimiento colectivo alrededor de la idea de Gran Caribe si no indagamos sobre la esencia de un mar “que une y separa” para volver a otro verso del mismo Borges.?
En el mundo de los antiguos griegos, afirma Serge Collet en su ensayo Appropiation of marine resource (2001), el mar era por excelencia un espacio salvaje. La porción valorada de la naturaleza era el espacio agrícola y pastoril en cuya defensa los guerreros estaban dispuestos a morir. Consideraba Homero en la Odisea que morir devorado por peces o por los monstruos del mar era el más trágico de los destinos humanos. Los peces eran considerados el menos humano de los alimentos propio de las gaviotas y otras aves marinas. Sin embargo, otras culturas del mundo antiguo otorgaron una alta valoración a esos seres. En la Mesopotamia y en Egipto de la edad de bronce fueron sacralizados, deificados y momificados. El símbolo del pez podía significar la sabiduría y el conocimiento otorgado a los humanos y también la paz y la justicia.
Respecto de nuestro mar común los arqueólogos e historiadores se preguntan ¿cómo los Pueblos Arawak apropiaron el inmenso espacio geográfico del arco del Caribe? ¿Qué tipo de embarcaciones y técnicas de navegación emplearon? Los etnógrafos saben que algunos pueblos del mar utilizan constelaciones de estrellas como compases siderales y elaboran sofisticadas taxonomías y mapas cognitivos ¿fue el caso de los indios Caquetíos que poblaron la península de Paraguaná y las Islas de los Gigantes?
Los pescadores wayuu contemporáneos llaman al Caribe en su lengua simaluna palaa o mar cimarrón. Tienen la noción de un mar antiguo, insuficientemente conocido y no domesticado en el que los seres humanos no tienen el control total de su entorno pues esta habitado por seres dotados de autonomía y sometido a muchos fenómenos humanos y no humanos: el trabajo físico, los relatos, la imaginación, la memoria, las mareas, las plantas y la acción de otros animales. Lo cimarrón no solo hace alusión a lo domesticado sino a aquel ser que habiéndolo sido se escapa al bosque y se vuelve montaraz para recuperar su primigenia libertad.
La antropóloga Ieteke Witteveen, exdirectora del Museo de Antropología y Arqueología de Curazao, considera que nociones indígenas como la de mar cimarrón, a la vez milenaria y novedosa, enriquecen nuestros conocimientos y aportan herramientas conceptuales para comprender este heterogéneo universo geográfico y cultural que nos es común, tan común como la idea de cimarronaje. La existencia de un Caribe desértico, recóndito, amerindio y sin grandes plantaciones puede ser la fuente de invaluables y refrescantes enfoques.
Ello nos recuerda que el Caribe se halla en permanente reelaboración a través de fenómenos físicos como las mareas y de procesos sociales antropogéneticos derivados de los movimientos de comerciantes que intercambian artefactos y de los investigadores que circulan ideas. Es por ello un mar en el que los caribeños insulares y continentales debemos buscar tanto las huellas del pasado como las señales del futuro
wilderguerra@gmail.com
En uno de sus más conocidos poemas al preguntarse por la naturaleza del mar Borges escribió “quien lo mira lo ve por vez primera/ siempre, con el asombro que las cosas/ elementales dejan, las hermosas tardes, la luna, el fuego de una hoguera” . Poco nos hemos preguntado por la condición y esencia del mar. Quizás necesitemos emprender una arqueología de las formas simbólicas de apropiación de la vida marina en las distintas agrupaciones humanas y buscar entender como las culturas del pasado y las contemporáneas han elaborado su relación con el mar. ¿Como construir un sentimiento colectivo alrededor de la idea de Gran Caribe si no indagamos sobre la esencia de un mar “que une y separa” para volver a otro verso del mismo Borges.?
En el mundo de los antiguos griegos, afirma Serge Collet en su ensayo Appropiation of marine resource (2001), el mar era por excelencia un espacio salvaje. La porción valorada de la naturaleza era el espacio agrícola y pastoril en cuya defensa los guerreros estaban dispuestos a morir. Consideraba Homero en la Odisea que morir devorado por peces o por los monstruos del mar era el más trágico de los destinos humanos. Los peces eran considerados el menos humano de los alimentos propio de las gaviotas y otras aves marinas. Sin embargo, otras culturas del mundo antiguo otorgaron una alta valoración a esos seres. En la Mesopotamia y en Egipto de la edad de bronce fueron sacralizados, deificados y momificados. El símbolo del pez podía significar la sabiduría y el conocimiento otorgado a los humanos y también la paz y la justicia.
Respecto de nuestro mar común los arqueólogos e historiadores se preguntan ¿cómo los Pueblos Arawak apropiaron el inmenso espacio geográfico del arco del Caribe? ¿Qué tipo de embarcaciones y técnicas de navegación emplearon? Los etnógrafos saben que algunos pueblos del mar utilizan constelaciones de estrellas como compases siderales y elaboran sofisticadas taxonomías y mapas cognitivos ¿fue el caso de los indios Caquetíos que poblaron la península de Paraguaná y las Islas de los Gigantes?
Los pescadores wayuu contemporáneos llaman al Caribe en su lengua simaluna palaa o mar cimarrón. Tienen la noción de un mar antiguo, insuficientemente conocido y no domesticado en el que los seres humanos no tienen el control total de su entorno pues esta habitado por seres dotados de autonomía y sometido a muchos fenómenos humanos y no humanos: el trabajo físico, los relatos, la imaginación, la memoria, las mareas, las plantas y la acción de otros animales. Lo cimarrón no solo hace alusión a lo domesticado sino a aquel ser que habiéndolo sido se escapa al bosque y se vuelve montaraz para recuperar su primigenia libertad.
La antropóloga Ieteke Witteveen, exdirectora del Museo de Antropología y Arqueología de Curazao, considera que nociones indígenas como la de mar cimarrón, a la vez milenaria y novedosa, enriquecen nuestros conocimientos y aportan herramientas conceptuales para comprender este heterogéneo universo geográfico y cultural que nos es común, tan común como la idea de cimarronaje. La existencia de un Caribe desértico, recóndito, amerindio y sin grandes plantaciones puede ser la fuente de invaluables y refrescantes enfoques.
Ello nos recuerda que el Caribe se halla en permanente reelaboración a través de fenómenos físicos como las mareas y de procesos sociales antropogéneticos derivados de los movimientos de comerciantes que intercambian artefactos y de los investigadores que circulan ideas. Es por ello un mar en el que los caribeños insulares y continentales debemos buscar tanto las huellas del pasado como las señales del futuro
wilderguerra@gmail.com
domingo, 22 de abril de 2012
Cien años de soledad de vuelta al wayuunaiki
Weildler Guerra Curvelo
La grata y reciente noticia de que la emblemática novela Cien años de Soledad será traducida al wayuunaiki ha suscitado un inmenso interés en los círculos académicos y comunitarios dados los retos que plantea adoptar un estrategia de traducción de una obra literaria moderna a una lengua amerindia.
Esta tarea ya ha tenido, sin embargo, precedentes en otras parte de América. En Perú y Bolivia se tradujo hace más de una década desde el francés al quechua El principito, la famosa obra de Antoine de Saint-Exupéry. Llena de ilustraciones que motivaron su lectura y dada su brevedad esta obra buscó atraer el interés del lectorado hablante del quechua que ha crecido significativamente debido tanto a la migración a las ciudades como a los procesos educativos que se dan en el seno de estas agrupaciones humanas.
Una de las dificultades que suelen enfrentar los traductores es la de las diferencias entre las variantes dialectales propias de las diversas zonas geográficas en las que se asienta una comunidad lingüística. Estas diferencias si bien no llegan a impedir la intercomprensión pueden ser lo suficientemente significativas como para que, al traducir, constantemente se tenga que elegir entre formas que no son comunes para todo un territorio. Otro inconveniente es el de que en ciertos casos los significados y conceptos del idioma de partida no suelen coincidir con los del idioma de llegada. ¿Cómo traducir al wayuunaiki la palabra “camaján” por ejemplo? Un tercer riesgo señalado por el investigador Cesar Itier en su ensayo Estrategias de traducción de una lengua amerindia (1997) podría estar en el abuso de los neologismos y préstamos de la lengua de partida que puede no agradar al lectorado bilingüe.
A diferencia de lo que ocurrió con el proceso de traducción de El principito al quechua los lectores wayuu no encontrarán en Cien años de Soledad un universo cultural radicalmente extraño. El propio Gabo en su autobiografíaVivir para contarla afirmó que la lengua guajira, iba filtrándose gota a gota en la de su hogar. “La abuela se servía de ella para despistarme sin saber que yo la entendía mejor por mis tratos con la servidumbre.” La influencia de los antepasados indígenas del escritor es notoria en su obra y es una de las diversas y menos exploradas claves para su comprensión. Por ello Juan Moreno en su libro La cepa de las palabras (2002) proponer pasar de una hermenéutica monotópica, basada solo en la mirada occidental, a una hermenéutica pluritópica que nos permita hacer inteligible lo que existe del conjunto mítico wayuu y de su universo social en su obra literaria como la dimensión onírica de la vida, el grupo familiar ginocéntrico y la territorialidad de la muerte.
La obra se conocería en wayuunaiki como Poloo jikii juya jünain amuiwawaa. Es necesario reconocer la encomiable labor de los gestores culturales, lingüistas, antropólogos, escritores y etnoeducadores de Colombia y Venezuela que harán posible la traducción: Felix Carrillo, Justo Pérez, Margarita Pimienta, Nemesio Montiel, Luis Beltrán, José Ángel Fernández, Guillermo Ojeda y José Álvarez entre otros. Ellos no solo han contribuido a una tarea urgente en favor del wayuunaiki y de la gestación de futuras novelas en esta lengua amerindia, pues la traducción ha precedido en muchos casos a la creación, sino que harán realidad lo que parte del pueblo wayuu piensa de García Márquez y es que por la dimensión estética de su obra, similar a la retorica de los pájaros mitológicos, él es nuestro palabrero mayor.
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