No muy bien se había iniciado el mes de diciembre cuando la radio de mi ciudad anunciaba tempranamente la apertura del carnaval. No sin tristeza e indignación se sienten ganas de exigirle a los urgidos que no deben tomar a puntapiés el tiempo y saltarse la Nochebuena , El calendario social establece para cada evento festivo un tiempo particular. El que corresponde al fin del año despierta una especial sensibilidad del cuerpo hacia la luz que tiene el cielo de diciembre con sus brisas frías e impredecibles acompañadas de una actitud del espíritu que espera música, familia, regalos, novenas y campanas.
Cuentan que el poeta ruso Joseph Brodsky, maravillado por la belleza de una estampa de los reyes magos que contempló en la cabaña de un amigo, decidió escribir cada año de su vida un poema a la navidad. De ello nos queda un memorable libro e inolvidables creaciones como aquella de 1971 “En Navidad todos somos un poco Reyes Magos/.Empujones y barro en los abastos./Por una caja de turrón de café,/gente cargada con montones de paquetes/emprende el asedio del mostrador:/cada cual hace de Rey y de camello”. Otro de sus poemas llamado Canción de navidad exalta el regocijo que flota en el mar de la ciudad, “como si la vida empezara de nuevo, /como si hubiera luz y gloria,/ un día feliz con pan de sobra,/ como si la vida fuera a la derecha,/después de haber oscilado hacia la izquierda” .
La navidad puede sorprendernos también en desalentadores tiempos de guerra, de angustia e incertidumbre en los que no parece haber lugar para la esperanza. Alguien escribió que en diciembre de 1863 el poeta Henry Wadsworth Longfellow se encontraba abatido y con animo sombrìo al enterarse de que su hijo había sido herido en una de las batallas de la guerra de Secesión norteamericana. El escritor con gris desaliento se dijo “No hay paz aquí en la Tierra, no /.El odio es tanto que ahoga el canto” y al escuchar las campanas de navidad escribió su famoso poema I Heard the Bells on Christmas Day “El repicar cobró amplitud: Dios no es sordo, ni ha muerto aún/El bien, no el mal, ha de triunfar/ Paz al de buena voluntad.”
La navidad trae nuestra infancia de regreso. Vuelve la infantil angustia previa a la Nochebuena, ¿en donde habrán escondido nuestros padres los juguetes?.Vuelven las novenas de la Policía Nacional con sus competencias decembrinas de carreras de sacos, piñatas y palos encebados; retorna la añorada voz del padre Tarcisio de Ripacorbaria al entonar el rezo con italiano acento; regresa el cíclico viaje familiar de compras a Maicao; torna la decoración de modestos arboles nativos y el sencillo pesebre del hogar armado en familia con sus pequeñas casas en laderas simuladas y estanques formados con espejos.
La navidad no solo es el tiempo de las peticiones también es el tiempo de la literatura, de los libros que reservamos para leer en esta época del año, Entre estos últimos retorna desde la infancia un poema inolvidable de García Lorca que habla de cómo en días como estos se llenaba de luces nuestro corazón de seda y el poeta decide entonces marcharse, “Cerca de las estrellas, /Para pedirle a Cristo /Señor que me devuelva /Mi alma antigua de niño, /Madura de leyendas, /Con el gorro de plumas /Y el sable de madera”
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