Weildler Guerra Curvelo
En uno de sus más conocidos poemas al preguntarse por la naturaleza del mar Borges escribió “quien lo mira lo ve por vez primera/ siempre, con el asombro que las cosas/ elementales dejan, las hermosas tardes, la luna, el fuego de una hoguera” . Poco nos hemos preguntado por la condición y esencia del mar. Quizás necesitemos emprender una arqueología de las formas simbólicas de apropiación de la vida marina en las distintas agrupaciones humanas y buscar entender como las culturas del pasado y las contemporáneas han elaborado su relación con el mar. ¿Como construir un sentimiento colectivo alrededor de la idea de Gran Caribe si no indagamos sobre la esencia de un mar “que une y separa” para volver a otro verso del mismo Borges.?
En el mundo de los antiguos griegos, afirma Serge Collet en su ensayo Appropiation of marine resource (2001), el mar era por excelencia un espacio salvaje. La porción valorada de la naturaleza era el espacio agrícola y pastoril en cuya defensa los guerreros estaban dispuestos a morir. Consideraba Homero en la Odisea que morir devorado por peces o por los monstruos del mar era el más trágico de los destinos humanos. Los peces eran considerados el menos humano de los alimentos propio de las gaviotas y otras aves marinas. Sin embargo, otras culturas del mundo antiguo otorgaron una alta valoración a esos seres. En la Mesopotamia y en Egipto de la edad de bronce fueron sacralizados, deificados y momificados. El símbolo del pez podía significar la sabiduría y el conocimiento otorgado a los humanos y también la paz y la justicia.
Respecto de nuestro mar común los arqueólogos e historiadores se preguntan ¿cómo los Pueblos Arawak apropiaron el inmenso espacio geográfico del arco del Caribe? ¿Qué tipo de embarcaciones y técnicas de navegación emplearon? Los etnógrafos saben que algunos pueblos del mar utilizan constelaciones de estrellas como compases siderales y elaboran sofisticadas taxonomías y mapas cognitivos ¿fue el caso de los indios Caquetíos que poblaron la península de Paraguaná y las Islas de los Gigantes?
Los pescadores wayuu contemporáneos llaman al Caribe en su lengua simaluna palaa o mar cimarrón. Tienen la noción de un mar antiguo, insuficientemente conocido y no domesticado en el que los seres humanos no tienen el control total de su entorno pues esta habitado por seres dotados de autonomía y sometido a muchos fenómenos humanos y no humanos: el trabajo físico, los relatos, la imaginación, la memoria, las mareas, las plantas y la acción de otros animales. Lo cimarrón no solo hace alusión a lo domesticado sino a aquel ser que habiéndolo sido se escapa al bosque y se vuelve montaraz para recuperar su primigenia libertad.
La antropóloga Ieteke Witteveen, exdirectora del Museo de Antropología y Arqueología de Curazao, considera que nociones indígenas como la de mar cimarrón, a la vez milenaria y novedosa, enriquecen nuestros conocimientos y aportan herramientas conceptuales para comprender este heterogéneo universo geográfico y cultural que nos es común, tan común como la idea de cimarronaje. La existencia de un Caribe desértico, recóndito, amerindio y sin grandes plantaciones puede ser la fuente de invaluables y refrescantes enfoques.
Ello nos recuerda que el Caribe se halla en permanente reelaboración a través de fenómenos físicos como las mareas y de procesos sociales antropogéneticos derivados de los movimientos de comerciantes que intercambian artefactos y de los investigadores que circulan ideas. Es por ello un mar en el que los caribeños insulares y continentales debemos buscar tanto las huellas del pasado como las señales del futuro
wilderguerra@gmail.com
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