domingo, 15 de noviembre de 2015


No siempre el mal es banal. Detrás de un monstruo aparente puede haber un monstruo real. Cuando la filósofa judía Hanna Arendt vio a Adolf Eichmann en Jerusalén se sorprendió de la vulgaridad de este, de su inocultable mediocridad que le facilitó llevar, sin el menor remordimiento, a la muerte a millones de seres humanos durante la Segunda Guerra Mundial. En nuestro conflicto colombiano se encuentran algunas tristes figuras que ordenaron la muerte de miles de personas y, en muchos casos, participaron directamente en su tortura y ejecución. Uno de ellos fue Rodrigo Tovar Pupo, quien creció y convivió entre las familias más respetables de Valledupar, su ciudad natal, y luego ordenó sin piedad la tortura y la muerte de sindicalistas, obreros, campesinos, policías, mujeres indígenas, funcionarios judiciales, profesores universitarios y empresarios, algunos de los cuales habían sido sus vecinos y amigos.
Si queremos tener una idea de la gravedad de las acciones de este individuo solo debemos saber que el número de sus víctimas es aproximadamente el mismo de las personas sacrificadas en la masacre de Sebrenica, unos 8000 bosnios, perpetrada en 1995 por el ejército serbio. Pocos paramilitares tuvieron tanto poder en Colombia. Cuarenta actuó en la práctica como el último virrey colonial en el Caribe colombiano. Algunos de los gobernadores del llamado Magdalena Grande se comportaban notoriamente como sus subordinados. Tenía durante esos años el principal organismo de seguridad del país a su total disposición y comandó un ejército privado compuesto por miles de hombres. Su poder empezaba en sur del Cesar y se extendía por todo el Magdalena y La Guajira, continuaba hasta Barranquilla y aún se expandía a algunos sectores de Sucre. Mientras algunos de sus compañeros de armas acampaban en Ralito el siguió segando vidas y extorsionando comerciantes hasta el final de ese cuestionado proceso. Las masacres de El Salado y Bahía .Portete esta asociadas a su nombre
Cuarenta dio auge al término “pelar” como sinónimo de matar. Contaba el familiar de un secuestrado, al oírle hablar por radio en su campamento, que daba instrucciones a sus hombres en todo su imperio y repetía incansablemente esa sombría expresión. Ello significaba la muerte diaria de decenas de personas. Hoy se considera un hombre traicionado por las élites económicas y políticas de Colombia. Está convencido de que el país se halla en deuda con el por haberlo salvado de la amenaza comunista aunque entre sus victimas se encuentran decenas de comerciantes que creían en los derechos de propiedad y en la libertad de mercado. Se considera un héroe. Confunde el genocidio de mujeres y niños indefensos con supuestas batallas heroicas que solo ocurrieron en su tortuosa imaginación. Jamás ha colaborado con la justicia colombiana, jamás ha sentido arrepentimiento por sus atrocidades, jamás ha pedido perdón. Saldrá libre en cinco años.
Rodrigo Tovar no es un hombre dócil como lo fue Eichmann. Es un hombre soberbio que en varias oportunidades desconoció ordenes de sus superiores, dotado con capacidad de iniciativa, imaginativo en la crueldad, un ser inteligente y atormentado que encontró en un conflicto descarrilado el espacio propicio para su depravada creatividad. Él no puede alegar ausencia de pensamiento y capacidad reflexiva. Él ha experimentado la angustia que nos lleva a hacer un balance de nuestra vida y nos permite decidir cómo ésta debe ser vivida. ¿Quién es Jorge Cuarenta? nos preguntamos. Responderemos como Juan Rulfo diciendo “es un rencor vivo” .
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