martes, 22 de mayo de 2012

Rojas Birry, nacionalismo banal e identidades predatorias

Weildler Guerra Curvelo
Lo ocurrido en los últimos días con el ex personero de Bogotá, Francisco Rojas Birry,     comenzó como un vergonzoso sainete pero puede ser una valiosa lección acerca de como funcionan en la teoría y en la practica los modelos multiculturalistas de estado y de ciudadanía.
Un juez penal condenó a dicho personaje a 8 años de cárcel por haber recibido $200 millones de David Murcia, cerebro de una captadora ilegal. Rojas Birry, alegando su origen étnico, se refugió en su casa en Bogotá, donde la guardia indígena impidió su captura con el argumento de que su caso correspondía a la justicia especial indígena y no a la justicia ordinaria. El drama concluyó cuando Rojas Birry fue puesto tras las rejas en una penitenciaria común una vez que el Consejo Superior de la Judicatura consideró que su caso era competencia de la justicia ordinaria dado que el delito por el que fue juzgado ocurrió por fuera de su territorio ancestral y mientras desempeñaba un cargo público en la capital del país.
Este suceso afectó la credibilidad de algunas organizaciones indígenas que apoyaron la posición acomodaticia de Rojas y generó la indignación de numerosos ciudadanos. Pronto la ira contra el exconstituyente se hizo injustamente extensiva a los miembros de los pueblos indígenas y se pusieron bajo examen los derechos colectivos de estos consagrados en la Carta. Basta leer lo que se escribe en esos albañales de la opinión de los diarios en donde se supone que los lectores pueden comentar  las columnas y las noticias. Uno de esos insensatos escribió: “Estas etnias indígenas deben desaparecer. No aportan nada al mundo actual: viven de subvenciones de los gobiernos, entorpecen el desarrollo, y lo peor es que se siguen reproduciendo, aumentando el número de ejemplares parásitos”.  .
Este es el caldo de cultivo en donde se incuban nociones de nacionalismo banal y se acrecientan las identidades predatorias. El antropólogo Arjun Appadurai considera en El rechazo de las minorías (2007) que las identidades predatorias son aquellas que se fundamentan en las reivindicaciones de una mayoría demográfica que se considera amenazada y trata de apropiarse de manera exclusiva y exhaustiva de la identidad de la nación. Ellas combinan la sensación de mayoría numérica con la fantasía de pureza y totalidad, por tanto, requieren la extinción de otras colectividades humanas para garantizar su supervivencia.                                  
La idea de un estado colombiano culturalmente homogéneo ha estimulado en el pasado las políticas de asimilación o eliminación de agrupaciones humanas cuya organización política, lengua y sistema normativos son diferentes a las del grupo nacional dominante. Quienes no se sometieron a este proyecto de estado monocultural fueron objeto de discriminaciones de carácter económico y de represalias de diversos tipos que incluyeron el despojo de vastas áreas de sus territorios. La adopción del actual marco normativo que ampara los derechos de los pueblos amerindios y comunidades afrodescendientes se dio cuando diversos estados latinoamericanos viraron hacia un constitucionalismo multicultural que buscaba aumentar la participación democrática de los grupos sociales históricamente excluidos, reducir el riesgo de gobiernos dictatoriales y otorgar legitimidad a los estados.
No debemos confundir unidad con uniformidad. No somos un sancocho en el cual deben diluirse y fundirse las diversas culturas del país pero quizás debemos aproximarnos a la idea de una ensalada cuyos componentes conforman de manera armónica y complementaria el mismo plato preservando cada uno su color, sus nutrientes y su sabor particular.
wilderguerra@gmail.com
   
 


domingo, 6 de mayo de 2012

El Caribe: nuestro mar cimarrón

Weildler Guerra Curvelo

En uno de sus más conocidos poemas al preguntarse por la naturaleza del mar Borges escribió “quien lo mira lo ve por vez primera/ siempre, con el asombro que las cosas/ elementales dejan, las hermosas tardes, la luna, el fuego de una hoguera” . Poco nos hemos preguntado por la condición y esencia del mar. Quizás necesitemos emprender una arqueología de las formas simbólicas de apropiación de la vida marina en las distintas agrupaciones humanas y buscar entender como las culturas del pasado y las contemporáneas han  elaborado su relación con el mar. ¿Como construir un sentimiento colectivo alrededor de la idea de Gran Caribe si no indagamos sobre la esencia de un mar “que une y separa” para volver a otro verso del mismo Borges.?

En el mundo de los antiguos griegos, afirma Serge Collet en su ensayo Appropiation of marine resource (2001), el mar era por excelencia un espacio salvaje. La porción valorada de la naturaleza era el espacio agrícola y pastoril en cuya defensa los guerreros estaban dispuestos a morir. Consideraba Homero en la Odisea que morir devorado por peces o por los monstruos del mar era el más trágico de los destinos humanos. Los peces eran considerados el menos humano de los alimentos propio de las gaviotas y otras aves marinas. Sin embargo, otras culturas del mundo antiguo otorgaron una alta valoración a esos seres. En la Mesopotamia y en Egipto de la edad de bronce fueron sacralizados, deificados y momificados. El símbolo del pez podía significar la sabiduría y el conocimiento otorgado a los humanos y también la paz y la justicia.
Respecto de nuestro mar común los arqueólogos e historiadores se preguntan ¿cómo los Pueblos Arawak apropiaron el inmenso espacio geográfico del arco del Caribe? ¿Qué tipo de embarcaciones y técnicas de navegación emplearon? Los etnógrafos saben que algunos pueblos del mar utilizan constelaciones de estrellas como compases siderales y elaboran sofisticadas taxonomías y mapas cognitivos ¿fue el caso de los indios Caquetíos que poblaron la península de Paraguaná y las Islas de los Gigantes?

Los pescadores wayuu contemporáneos llaman al Caribe en su lengua simaluna palaa o mar cimarrón. Tienen la noción de un mar antiguo, insuficientemente conocido y no domesticado en el que los seres humanos no tienen el control total de su entorno pues esta habitado por seres dotados de autonomía y sometido a muchos fenómenos humanos y no humanos: el trabajo físico, los relatos, la imaginación, la memoria, las mareas, las plantas y la acción de otros animales. Lo cimarrón no solo hace alusión a lo domesticado sino a aquel ser que habiéndolo sido se escapa al bosque y se vuelve montaraz para recuperar su primigenia libertad.

La antropóloga Ieteke Witteveen, exdirectora del Museo de Antropología y Arqueología de Curazao, considera que nociones indígenas como la de mar cimarrón, a la vez milenaria y novedosa, enriquecen nuestros conocimientos y aportan herramientas conceptuales para comprender este heterogéneo universo geográfico y cultural que nos es común, tan común como la idea de cimarronaje. La existencia de un Caribe desértico, recóndito, amerindio y sin grandes plantaciones puede ser la fuente de invaluables y refrescantes enfoques.

Ello nos recuerda que el Caribe se halla en permanente reelaboración a través de fenómenos físicos como las mareas y de procesos sociales antropogéneticos derivados de los movimientos de comerciantes que intercambian artefactos y de los investigadores que circulan ideas. Es por ello un mar en el que los caribeños insulares y continentales debemos buscar tanto las huellas del pasado como las señales del futuro

wilderguerra@gmail.com