martes, 11 de diciembre de 2012

¿Valoramos nuestros mares?

 Weildler Guerra Curvelo

Las agrupaciones humanas tienen distintas valoraciones del mar. En un ensayo de Gustavo Bell llamado ¿Costa Atlántica? No, Costa Caribe se registra un hecho ocurrido en la Bogotá del siglo XIX. Las autoridades de la época  trataban de explicarse la conducta de un peligroso criminal y entre los diversos factores que le llevaban recurrentemente al delito se encontraba uno no menos importante que su extracción social o la lombrosiana forma de su cráneo; había visto el mar.



En un país culturalmente heterogéneo no existe una sino varias culturas marítimas. La expresión cultura marítima hace alusión al conjunto de relaciones que tiene una población o grupo social con el mar, las que generan imágenes, valoraciones, taxonomías y representaciones colectivas de aquel. Contrario a lo que se podría pensar estas no son exclusivas de los habitantes de las zonas del litoral pues quienes habitan el interior tienen también sus propias concepciones y representaciones del mar, afirma Tatiana Ome Baron en su ensayo The notion of the Maritime Culture Heritage in the Colombian Territory.



La noción del mar como espacio pecaminoso ha permanecido por siglos firmemente arraigada en la mente de la dirigencia andina de nuestro país. En los tiempos de la dominación española el mar fue visto como el canal de divulgación de las ideas insurgentes; en tanto que en los siglos XIX y XX fue el mar del contrabando y del trafico de armas para los bandos en contienda en nuestras guerras civiles; hoy es percibido como el espacio de las embarcaciones rápidas y los submarinos artesanales del narcotráfico en donde constantemente sucumben generaciones de jóvenes isleños y continentales. Por ello aislar territorios enteros del mar inhabilitando sus puertos como ha ocurrido con  la península de La Guajira  desde 1772 ha  sido, con escasas excepciones, una directriz constante de distintas administraciones coloniales y republicanas.



 El mar opera como un vacío para muchos municipios y departamentos costeros de nuestro país. Teniendo altos niveles de pobreza y necesitados de recursos para enfrentar problemas de seguridad alimentaria nuestros gobernantes carecen no solo de herramientas jurídicas sino de información oportuna sobre el manejo que se hace desde el centro de sus recursos marinos. Frente a sus ciudades aparecen sin aviso flotas enteras de barcos con tripulaciones orientales que arrasan las redes y nasas de sus pescadores artesanales. Embarcaciones de exploración sísmica para las empresas petrolera efectúan sin consulta previa explosiones que dejan afectados los ecosistemas marinos y las artes de los pescadores dejando una estela de peces muertos por los que nadie responde.   

      

El mar puede escucharse al alzar un caracol detrás de una puerta en una cabaña indígena de la Sierra Nevada o contemplarse en una acuarela que adorna una habitación cerca de un paramo andino. Según la mencionada autora lo que diferencia a esas culturas marítimas puede ser: una positiva o negativa valoración del mar, la articulación de las actividades marítimas en la vida diaria como en el mercado regional o nacional y la relevancia social y simbólica que se le otorga en una sociedad a las actividades relacionadas con el mar.



Una mínima valoración del mar se refleja en la institucionalidad marítima colombiana: débil, desarticulada y dispersa. Sin embargo, el actual momento por el que pasa el país debería activar la conciencia nacional acerca de la importancia de nuestro menguado mar. Quizás ello despierte la defensa y valoración de este en sus múltiples dimensiones: espacio de comunicación y comercio, escenario de eventos de nuestra historia, recipiente de nuestro patrimonio cultural marítimo y de importantes recursos bióticos, fuente de  literatura, lugar para la recreación y frontera extrema de la República.



wilderguerra@gmail.com

     

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