miércoles, 4 de enero de 2012

Con nobleza de espíritu y sin fines de lucro

Tras el fatigoso y devastador invierno que pasó enero nos ha devuelto las añoradas brisas de verano y todos esperan que estas se tornen en auspiciadores vientos de cambio que acompañen la gestión de los nuevos gobiernos. Aunque Baltasar Gracián ha dicho que la esperanza es un gran falsificador la mayoría de los ciudadanos están cansados de que muchos actores políticos entiendan su ascenso al poder solo como la oportunidad de capturar rentas mediante el manejo del presupuesto público y de desviar la contratación de los servicios que presta o que gestiona el Estado como educación, vías, agua, aseo y salud  hacia individuos o firmas que les garantizan un porcentaje de dichos recursos.


En  nuestro medio, pero también en otras latitudes, prevalece la idea utilitarista de que la política es una empresa económica en la que el enriquecimiento tanto del individuo como de la camarilla que le sigue y su mantenimiento perpetuo en el poder constituyen el fin máximo de dicha actividad. Toda persona que comparta esta concepción es considerada elogiosamente como “pragmática” y quien la cuestione es llamada “romántica”. Mucha gente que sucumbe ante el poder contribuye con argumentos y con actitudes a la naturalización de la corrupción, de las conductas incívicas y amorales y a la aceptación y la connivencia con la mentira. ¿Qué ha pasado con las nociones de altruismo y de bien común?  


Ya en 1917 el escritor bengalí Rabindranath Tagore advertía que el hombre integro ha ido cediendo cada vez más espacio al hombre comercial, el hombre limitado a un solo fin. Los seres humanos deben cuidarse de la tiranía que crean las posesiones materiales, decía Tagore, pues ello causa su desequilibrio moral y oscurece su lado más humano. El dinero es solo un instrumento y no un fin en sí mismo. Si cedemos a esa tiranía por debilidad comienza un proceso de suicidio gradual por encogimiento del alma.


La filósofa norteamericana Martha Nussbaum cree que atravesamos una crisis silenciosa y destructiva  como un cáncer  más grave aun que las dificultades  por las que atraviesan las economías del mundo noratlántico. En su obra Sin fines de lucro (2010) considera que la erradicación de las artes y las humanidades de la educación superior es perjudicial para el mantenimiento de la democracia. Si los estados  ávidos de dinero consideran a las humanidades como ornamentos inútiles y solo  promueven aquella educación para la producción de renta en breve tendremos generaciones enteras de maquinas utilitarias en vez de ciudadanos cabales con imaginación, visión crítica, capaces de crear y de pensar por sí mismos y de comprender los logros y los sufrimientos ajenos.


Nuestra  sociedad quizás deba recuperar ideales ya olvidados. El pensador holandés Rob Riemen, apoyándose en Thomas Mann, cree que debemos retornar a una idea olvidada: la de nobleza de espíritu. Mann pensaba que sólo la nobleza de espíritu puede corregir al alma humana al rechazar la mentira, el pragmatismo acomodaticio que socava la dignidad y la ética para apostar por la valentía y la verdad, aún a costa de nuestros intereses individuales. Es un ideal aristocrático y democrático a la vez, porque no se requiere de riqueza material ni talento especial para vivir la vida con nobleza de espíritu.


Los nuevos gobernantes no deben perder de vista este ideal y recordar que no es suficiente la búsqueda y obtención de  la paz, los derechos fundamentales y la prosperidad económica. El reto a luz de la historia es darles sentido a estas conquistas.

wilderguerra@gmail.com





Rabindranath Tagore

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