Un tema que ha preocupado a los historiadores del comercio ilícito en nuestro país ha sido el de la existencia del llamado camino de Jerusalén.
Se lamentaba el cronista del aprovechamiento comercial que los extranjeros hacían de los recursos naturales americanos como de la introducción fraudulenta de gran variedad de géneros: “por diversos puertos, se llevan el palo del Brasil, y en gran copia: las perlas, los oros, los cueros, los algodones, los caballos aguilillas, zurrones de cacao, y lo que pueden lograr a trueque de sus géneros”. Pero, ¿existió realmente el camino de Jerusalén?
La caída de la isla de Curazao en manos de los holandeses en 1636 tuvo importantes repercusiones económicas y políticas para los habitantes de algunas zonas de lo que hoy llamamos el Caribe colombiano. La comunidad judía de Curazao arribó a esta isla durante la primera mitad del siglo XVII. Las primeras familias provenían de Portugal, Holanda y Brasil entre los que figuraban apellidos como Cohen y da Costa. En 1674 construyeron la primera de cuatro sinagogas en la ciudad y en 1659, con la llegada de la segunda oleada de colonos judíos, el cementerio Beth Haim uno de los primeros cementerios judíos en el Nuevo Mundo.
Estas familias huían de la persecución de la inquisición y probaron suerte primero con las actividades agrícolas pero optaron posteriormente por actividades económicas más rentables como el comercio, la banca y el transporte naviero. Prontamente establecieron vínculos de comercio con los pobladores de las costas sudamericanas.
Algunos autores consideran que existía un circuito llamado el camino de Jerusalén que efectivamente partía desde las posesiones holandesas hasta los puertos guajiros más activos: Bahía Honda, Tucacas y La Cruz continuaba hasta el Valle de Upar y luego seguía el curso de las riberas del Río Cesar hasta el llamado Paso del Adelantado y continuaba desde allí hasta la Villa de Mompox que actuaría como un centro de distribución de esas mercaderías hacia las provincias del reino.
Es posible, sin embargo, que el llamado camino de Jerusalén no se tratase de una ruta específica sino que tuviese una marcada connotación metafórica y aludiese simplemente a los intrincados vericuetos de la clandestinidad y la corrupción durante la época colonial.
Quizás algunos estudiosos persistan en la tarea de encontrar fuentes documentales que confirmen la naturaleza real o simbólica de esta ruta del comercio ilícito. No obstante, es pertinente preguntarse ¿por qué los nexos comerciales entre los habitantes de las Antillas Holandesas y algunas áreas del caribe continental como la Guajira mantuvieron la vía de la clandestinidad aun después de haber desaparecido el orden colonial español?
Una explicación la aporta la historiadora Muriel Laurent quien afirma que cuando grupos humanos disponen de bienes intercambiables con amplia demanda en el exterior y poseen una posición geográfica propicia pueden, gracias al intercambio, obtener la satisfacción recíproca de sus necesidades de consumo. Si la legislación impide el intercambio, pero tiene limitaciones para ser cumplida, la ilegalidad se desarrolla inevitablemente.
Por Weildler Guerra C.
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